LA SEGUNDA LUNA POR ENRIQUE BRUCE: Omisión y traición: sobre el silenciamiento de la persona homosexual


Por Enrique Bruce Marticorena (Desde Lima, Perú)
embruma@gmail.com

En una reseña crítica, Eduardo Lores (diario “El Comercio”, edición del 9 de junio de 2018) ensalza con justicia, la (primera) puesta en escena de la cineasta peruana Joanna Lombardi de Una gata sobre el tejado caliente de zinc de Tennessee Williams. Y le augura buenos oficios como directora teatral. Yo mismo me he sumado al elogio de la propuesta de Lombardi, posts atrás en el Facebook. Sin embargo, ahora no me propongo hablar de la obra teatral ni de la mayor o menor perspicacia de la reseña crítica de Lores. Nada de lo que mencionó el reseñista me ha ofuscado; más bien, todo lo contrario: lo que encuentro ofensivo, es la omisión sistemática de una palabra que no hallamos en su texto de aproximadamente 500 términos: “homosexual”. O “gay”. Nada. Brick el co-protagonista de la obra es claramente un homosexual en el closet, a regañadientes y a puro whisky tras whisky tras whisky. La propia Lombardi, en su traducción de la obra, incorpora un par de veces la dichosa palabra, y “marica” también, de boca del propio Brick, cuando este se refiere a la pretendida asociación que hace su padre, “Papá”, entre su hijo derrotado y los dos hombres que criaron a Papá cuando este quedó huérfano de niño (Pareja de hombres que Papá rememora con ternura). Lores hace mención de la indiferencia del protagonista (“frío como un témpano”, escribe) ante los requerimientos de su ardiente y vehemente esposa, Maggie la gata, sin explicar las causas de dicha indiferencia (No tendría que haber tecleado mucho para explicarlas: la palabra “gay” es bastante corta). Esta omisión de la reseña, seguramente inconsciente (o no) para Lores, no es, claro está, un hecho aislado. Es un síntoma más de la pandemia de la invisibilización de la homosexualidad masculina y femenina en…todas partes. Dentro y fuera de la creación literaria y artística en general: en casas, oficinas, escuelas, centros deportivos, homenajes públicos. Seguimos ostentando un amor que no quiere decir su nombre, entrados ya en el siglo XXI. 

En el quehacer creativo, muchos escritores reniegan que califiquen su escritura o producción textual (guión, novela, cuento) como “gay” (Así como muchas mujeres escritoras odian el membrete de “literatura femenina”). Ven en ello un frustrante reduccionismo (que probablemente, mi crítico de marras, quería eludir). Entiendo perfectamente esa postura pero no la comparto, por una sencilla razón: La pretendida “universalidad” que reclaman y/o a la que aspiran muchos creadores y creadoras, es un título que dará el tiempo y la evaluación estética a una obra, de parte de un público consumidor en un lugar y tiempo determinados (La propia universalidad tiene a la larga, sus límites). La universalidad no es un género; es un lugar de llegada de la propia obra y por sus propios méritos, al margen de la voluntad de la creadora o el creador de turno. Renegar de la visión reduccionista de cualquier etiqueta “gay” o “femenina” equivale a que Cervantes haya renegado de la etiquetación de “manchega” o “castellana” de su novela “Don Quijote”. Su novela ES manchega y/o castellana; es el tratamiento y la humanidad que trasuntan sus personajes (castellanos) lo que le ha dado el membrete de “universal” (hasta el día de hoy). 

Hay dos ficheros de calibración (no necesariamente estética) que no se han abierto en el abultado mueble de la colección artística y literaria occidental: la de “masculina” y la de “heterosexual”. Esos ficheros deben crearse y abrirse para una más rica calibración de las obras en cuestión. Con ello, tomaremos conciencia de los límites ideológicos y culturales que trasuntan las obras contenidas en ellos, pero aun así (o por ello mismo) percibiremos los destellos brillantes del talento detrás de los muros de un género, una nacionalidad, una orientación o un modo particular de ver el mundo. Los creadores gays (y las mujeres) no deben aspirar a una universalidad, deben solo ser y hacer. La universalidad a la que han venido aspirando ha sido fijada en mucho, por los parámetros creados, con tenacidad y sutileza, por las voces patriarcales y heteronormativas de siglos, que han relegado a muchos hombres y mujeres (por siglos). Nuestra época es más rica porque sencillamente somos más conscientes (o deberíamos serlo) del embauque de una universalidad pretendida. Miremos deslumbrados, los límites maravillosos de las obras que presenciemos y/o creemos. Partamos de un allí y un ahora en particular, de una psiquis y una experiencia determinadas, en absoluto intercambiables con otras. Un pequeño lugar de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse, puede abarcar el mundo. Situémonos en él.

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