Departamento 41 POR SERGIO ARÉVALO: Crónica de un trabajo

Por Sergio Arévalo (Desde México)


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Se le hacía tarde nuevamente para trabajar, ver series durante la noche siempre le ocasionaba en algún momento insomnio y después arrepentimiento al verse las ojeras en el espejo durante la mañana. Ciertamente se levantó a tiempo para empezar la rutina diaria, abrió la regadera para que el agua se calentara pero la idea de cinco minutos más en la cama le ganó cuando iba por una toalla. Cinco minutos se convirtieron en quince, al despertar y darse cuenta del desafío de tiempo, se introdujo inmediatamente en la regadera, el baño parecía un vapor, algo similar a un sauna, nunca había entrado a uno pero imaginaba por unos capítulos de la serie que estaba viendo si así serían por dentro, con el calor encerrado y el vapor nublando un poco la vista. 

El calor del agua en la espalda siempre le relajaba, en ocasiones abusaba  de eso y la piel se le irritaba. Cuando eso sucedía parecía que había estado en la playa sin bloqueador por agarrar un tono rosado rojizo. El vapor, lo relajante de la regadera y el sueño matutino, lo hizo entrar en un momento de trance, empezó a recordar sus inicios como docente, el trabajo que le había costado terminar la maestría para aplicar como profesor en launiversidad, y de la nada recordó...

Recordó una caricatura donde el calor del vapor provocaba alucinaciones, pero esto no era una alucinación, algo le estaba provocando traer vivas imágenes de aquella vez. Se talló ligeramente el cuerpo y percibió como había cambiado. Se siente bien, tal vez unos kilos de más, la comida le gusta, siente que ser de México y no tener pancita por culpa de la gastronomía del país es casi imposible. 

Imposible olvidar aquel día. Nuevamente llegaba muy temprano al nuevo trabajo, la universidad le estaba funcionando bastante bien, más de lo que esperaba. Desde hace dos semanas había decidido dejar de gastar en taxis, mejor tomar el autobús, eso le permitía ahorrar, lo que necesitaba en su actual economía, el problema es que llegaba bastante temprano y tenía tiempo muerto, la lógica del camión era bastante clara. Como diría la abuela,  había de “de dos sopas” o tomaba el primer camión frente a su casa y  “aterrizaba” en su trabajo temprano, casi a la par de los vigilantes que abrían la escuela   o tomaba uno más tarde pero con un mensaje de texto a sus alumnos avisando que se demoraría por x o y razón, arriesgándose a que le descontaran la hora. 

Tomó el camión justo a tiempo, el chofer lo saludó con familiaridad, el se sentó donde siempre, justo a lado de la ventana y cerca de la puerta de salida. La verdad es que el camión se llenaría rápidamente y ocupar las filas de atrás harían un martirio a la hora de bajarse. Se sentó en el lugar habitual, se colocó los audífonos, puso Spotify, cerró los ojos con miedo a quedarse dormido tratando de repasar lo que daría en clase. 

Curioseando minutos después en el celular vio una nota donde difundían un programa de bacheo, por su rutina matutina se había dado cuenta que efectivamente de unas semanas a la fecha el bus había dejado de saltar como en montaña rusa las ligeras elevaciones de terreno donde se estaban ya cubriendo los baches.


De vez en cuando abría los ojos, veía ya rostros familiares, era curioso como de la nada te vas convirtiendo en parte de la rutina de los demás. Los ejecutivos de oficina o “godinez” revisando sus celulares, las señoras hablando con los niños o terminando de peinar sus cabellos o no faltaba el que creía que era buena idea desayunar huevo con chorizo durante el trayecto dándole ese “agradable” olor a todo el camión. Era ya parte del día a día, tiempo muerto.

Este tiempo muerto fue lo que le permitió tomar la decisión de hacerse el valiente y pedir en la universidad la oportunidad que había pensado durante esas dos semanas que había ajustado sus gastos, la oportunidad que podría sacarlo adelante, pero que solamente de pensar en solicitarla y que se la negaran le provocaba un fuerte nudo en el estómago. Eso lo puso a meditar que si así se ponía con una situación común, el pedir matrimonio en algún momento sería todo un tormento estomacal. Pero si, ese sería el día, le pediría a su jefe la oportunidad de que le den más horas frente al grupo, no solamente creía poder dar más clases y sacarlas adelante, además su bolsillo lo necesitaba. 

Dar clases, siempre recordaba que sus padres en algún momento le dijeron que no era rentable. Un trabajo que durante años escuchó era el trabajo más estable, en el que con una plaza de docente enfermo, sano, gordo o flaco no lo podrían quitar de trabajar o de ser así lo pensionarían y se podría ir a su casa o bien al pasar de los años le darían una jubilación digna para después formar un grupo e irse a desayunar los miércoles o jugar dominó los jueves para hablar de su vida rutinaria, lo mal que estaba la educación sin su generación frente al aula y lo tranza que se seguían portando los sindicatos lo vio con los abuelos y no le desagradaba la idea de tal vez formar parte del gremio. Esta posibilidad papá y mamá se la negaron en su momento porque “no da lo suficiente para ser jefe de familia” le dijo su madre tajantemente. 

Realmente ser docente había sido desde joven una de sus metas, hasta le había salido en su examen de orientación vocacional. Estar frente un grupo e impartir clases. Creía que no habría algún problema al querer elegir esta carrera al ser lo que la familia por parte de su padre hizo durante varias generaciones, pero no estaba dentro del menú de opciones y sería un sueño que dejaría pendiente para más adelante. Entonces al terminar la carrera buscó una plaza pero al no ser docente de profesión recibió un portazo en la cabeza para después enterarse que con experiencia en el campo laboral y estudios de posgrado las universidades privadas le podrían abrir la puerta.

Es hasta terminar la carrera y gracias al amigo de un amigo que empezó a dar clases en una preparatoria privada “para calarse” y tomar experiencia, empezando con mucha inquietud y energía, se topó con que los alumnos no eran tan participativos como el los soñaba y que los temas que el considerara como “fáciles” frecuentemente serían insufribles para más de un estudiante, eso no lo desanimó pero creía que lo mejor era buscar un nivel superior de educación. 

En la regadera abrió los ojos, se empezó a irritar la piel por lo caliente del agua, niveló la temperatura, prefirió que estuviera menos que tibia. Tomó nuevamente el jabón, un jabón de pétalos de geranio con pedazos de avena, supuestamente eran buenísimos para exfoliar la cara y la piel en general, se los compraba a una maestra, justo a esa maestra que estaba esa mañana en el recuerdo.


Desde un principio que empezó a formar parte del claustro de maestros de universidad le sorprendió cómo podía saber tan poco y a la vez demasiado de sus compañeros. Podía no dialogar con ellos durante semanas, pero los iba conociendo por la forma de vestir, saludar, hablar, algunos intercambios de ideas, intercambios de palabras para chismear de algún alumno o uno que otro reclamo por no borrar el pizarrón al final de la clase. 

Ese día saludó a la maestra, también llegaba algo temprano porque primero dejaba a sus hijos en un colegio cercano. Recién se había divorciado, lo sabía porque ella misma se lo contó para después agregar que estaba tomando curso de velas y jabones, para que después le comprara unos. Le  pareció extraño se lo dijera con tanta naturalidad, cuando antes ser divorciada era casi pecado, aprovechó para preguntar si había visto al jefe, ella asintió "por poco lo atropello en la entrada por andar en la pendeja, vi que iba para su lugar", esa afirmación le golpeó en el estómago, estaba todo listo, ahora o nunca. 

De un edificio a otro era en ocasiones un martirio, ahora no le apuraba perder tiempo, lo tenía. Pero como iba a pasos aprovechaba para reflexionar si sería buena idea, si era mejor esperar otro año, no quería ser imprudente ni mucho menos avorazado, sabía que existían otros perfiles mejor preparados pero él tenía muchas ganas y necesitaba más trabajo…más dinero.

Salió de la regadera, se vistió rápidamente, desde una noche antes tenía listo lo que se iba a poner, los calcetines, los calzones, la camisa y los pantalones. Todo menos… ¡la corbata! No había problema, tenía una caja llena, con la camisa blanca escogería…la gris, gris rata diría su padre, gris como el edificio donde se encontraba la oficina del jefe. 

Entró a la oficina, un espacio bastante amplio pero al tener el superior la práctica habitual  de acumular libros y libreros para tratar de poner un orden al desorden había disminuido más el espacio, el espacio reducido podía hacer sentir más incómoda a la persona, por lo que se convirtió en un elemento agregado a los nervios, el estómago ya estaba a punto de reventar,  se estaba arrepintiendo ¿para qué arriesgarse? ¿por qué no quedarse como estaba? Igual podía buscar más ajustes al bolsillo. 

Entró la persona que le había robado el pensamiento desde la mañana en el camión, se encontraba tecleando a una velocidad impresionante, se notaba la experiencia frente al teclado y posiblemente su práctica en máquina de escribir ¿cómo lo sabía? Utilizaba todos los dedos en el teclado, cosa rara en las nuevas generaciones. Llegó a pensar que estaba tan absorto en lo que escribía que no se había dado de su presencia, buscó alguna forma de hacer ruido para avisar de la llegada, tocó ligeramente la puerta. Antes de que optara por pegarle a un librero con los nudillos, el dueño del acumulado de libros volteó y con mirada tajante detrás de los anteojos le señalo que pasará a sentarse, pero en ningún momento dejó de escribir y estar atento al monitor de su pantalla.


No era su primera vez en esa oficina, ya había estado tiempo atrás para recoger documentos y firmar un par de actas, la relación con el jefe era cordial. Pocas veces tenso por la situación de algunos estudiantes pero nada que le hiciera creer que no lo considerase apto para impartir clases o para retirarle la oportunidad de trabajo, por el contrario, alguna vez le comentó que estaba a gusto con su forma de dar clase pero que fuese más flexible con los estudiantes. 

Rápidamente y para no vomitar en la oficina le soltó su propuesta, que más bien era necesidad. "¿Te interesa tener más horas?", él asintió, trato de decir alguna palabra pero la verdad el nervio canalizado en el estómago y el sentir la boca seca no le ayudaba mucho, ¿cómo alguien que daba clase a más de cincuenta alumnos le pasaba esto al estar frente a una sola persona? Su superior hizo los ojos chiquitos como si fuera a usar los rayos x, abrió un cajón a lado de su escritorio y lo cerró de golpe sin sacar nada. Añadió "Regresa después de tu última clase".

Hacía un poco de fresco, por lo que optó en ponerse saco, el jefe de aquel momento usaba mucho el saco, le parecía increíble que aun siendo calor lo trajera, posiblemente ya por costumbre y quererse ver más formal frente a grupo. Ya estaba listo, ahora solamente unos cuantos sorbos al café caliente, caliente como el agua de la regadera que le había causado el recuerdo, un recuerdo no agradable. 

Recordó que con la campanada de aviso de la última hora se dirigió a la oficina con paso más firme que en la mañana, la puerta estaba cerrada pero no tenía seguro, se había topado con el jefe a medio camino y le pidió que se adelantara y que en unos minutos pasaría para atenderlo. Caminó firmemente, estaba listo para con palabra firme aceptar el reto, el podria con las 2, 4, 6 horas más que le dieran, estaba dispuesto a dar todo en el aula. Lo quería, lo soñaba, y sobre todo lo necesitaba. Pero ¿y si había ido por una carta de renuncia? Tal vez de alguna forma lo hizo enojar, el nervio en el estómago volvió.

Llegó, lo saludó brevemente. Estaba tan nervioso que se puso a leer mentalmente los títulos del libro que estaban sobre el escritorio. El jefe empezó a mencionar que lo había visto desarrollarse durante cierto tiempo, sacó del cajón lo que parecía su expediente, le señaló que lo consideraba un buen elemento dentro de la institución, el se empezó a relajar, el estómago se sentía menos tenso, el superior contó un poco los nuevos retos de la educación dentro del aula, de golpe se levantó y se dirigió a la puerta para cerrarla con seguro.

En si, no era extraño. Posiblemente no quería que se saliera el aire, estaba bastante agradable dentro comparado con el sol que golpeaba los jardínes y seguro con el saco tenía más calor. El jefe se acercó brevemente hacía él, le apretó con la mano derecha el hombro. A el le  pareció molesto, no por la persona sino porque fue brusco y sin breve aviso, además de tener unas manos grandes, visiblemente toscas, evidenciando algo la edad madura. 

El directivo se acomodó la corbata, seguía a un lado. Dijo Te he visto y se que te apasiona dar clase", eso le tranquilizó bastante, creía que iba por buen camino la negociación. El jefe se acercó la mano derecha al ziper del pantalón, y rápidamente se sacó el miembro erecto –y también sé que te encanta esto, anda date, demuéstrame cuánto quieres más grupos. "¿Qué pasó?" No lo podía entender, claro entendía lo que el jefe estaba pidiendo pero ¿por? Si bien tenía preferencias sexuales distintas jamás las había sacado a comentario y mucho menos con un jefe.


El jefe con cara burlona soltó una sonrisa. "Apoco te vas hacer de la boca chiquita", le dijo después de guiñarle el ojo, vio sus labios, recordó una publicación en Facebook donde decía que los labios eran del mismo color que el escroto, una vez más comprobaba que era mentira ¡pero que importa, su jefe le estaba sacando el pene para que se lo chupara! empezó a sentir ganas de vomitar, el estrés más el olor a miembro sudado, algo que le podría haber provocado placer ahora le daba repugnancia.

Decidió salirse y de la nada de su boca le salió un "Con su permiso". Ahora que lo recordaba mientras se terminaba de alistar, seguía sin saber cómo todavía se le ocurrió ser “educado” ante la situación en la que se había metido. Igual era parte del shock pensó. De inmediato salió de la oficina dejando al sujeto con el pene afuera, se empezaba a sentir sucio, sentía la boca con mal aliento, su cuerpo manchado, como si necesitara una ducha con agua caliente, ¿por qué le estaba pasando esto? El solamente quería más trabajo, trabajo digno.

Apretó la corbata, revisó el saco ¡bingo! Encontró un billete de doscientos pesos, parecía que el día le sonreía no como en sus recuerdos. No estaba seguro pero no recordaba haber comentado ese hecho ni con colegas ni con amigos mucho menos con autoridades. ¿Cómo explicarlo? Simplemente la palabra “pene” en la casa no se menciona y con las autoridades ¿lo entenderían o sería un caso más de “jotitos”? 

Se dirigió a la sala de maestros, sabía que no quería ir a la casa y estaría la sala vacía, pensaba ¿Y si se regresaba y lo hacía? Vaya no era nada “malo”, ni algo que no hubiera hecho en algún momento, pero hasta ahora con gente que deseaba lo mismo y sin nada a cambio. Pensó que si lo hacía posiblemente el dueño de ese aparato masculino cumpliría con su palabra aunque tal vez después lo buscaría para más ¿cuenta como extorsión? O  sería después algo así como “pago de piso” y ¿qué tal si no era el único? Si se lo pedía a el seguramente ya lo había intentado con otros u otras anteriormente. Después pensó si el  reciente otorgante de miembro  ¿era gay? ¿no que tenía familia? En ese momento no lo recordaba y no le interesaba realmente. 

Llegó a la sala de maestros, efectivamente no había nadie. Vio la cafetera con el foco prendido, posiblemente todavía quedaba café. Se sirvió un poco y con olor a café quemado se juró para sí que jamás lo hablaría con nadie, ¿cómo le podrían creer? Algunos podrían acusarlo de hacer un acto de celos, de venganza o que era un extorsionador.

Un poco más calmado se sirvió lo que restaba de café, tomó la mochila y se dirigió a la puerta, en ese momento iba llegando la maestra vendedora de jabones con el “atacante”, la maestra le sonrió y preguntó si quería raí se lo podía dejar por la casa, él aceptó, el individuo le sonrió a ambos. Al despedirse del jefe le preguntó claramente ¿todo en orden maestro? "Todo en orden", respondió.

Durante el trayecto a casa la maestra le platicaba cómo iba ahora con su vida de divorciada y los atributos del geranio con avena, mientras él sentía un dolor en el estómago, no eran nervios, era decepción, era la falta de esperanza que si decía esto a otra persona no lo entendería, de una u otra forma las tenía de perder, principalmente no se podía dar el lujo de perder el trabajo. No ahora, quizá después que haya más gente que le pueda creer. 

Se despidió de la compañera  que después con los años y varias tazas de café de por medio se convertiría en amiga, pero ni así le contaría lo de ese día. Agradeció y prometió tomarse un café pronto. Entró a la casa, la misma casa de la que ahora salía con las mejillas rosadas  y un té que unos minutos más y también se hubiera quemado y quedado sin buen sabor. Pensó si sería momento de hablar con alguien de lo sucedido. Había leído sobre movimientos como #MeToo donde las mujeres hablaban de situaciones de acoso o abuso.

No ahora, quizá después. 

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