La Segunda Luna Por Enrique Bruce: Perdido en Indias
Por Enrique Bruce
embruma@gmail.com
Quero ser chileno. O
uruguayo. O cubano post-todos los castros. Nunca en mi vida me he sentido desalentado
por ser peruano, hasta ahora, después de la visita del papa Francisco al Perú.
Nunca envidié la superioridad económica de Chile puesto que la mayor cuantía de
dinero no ha sido para mí impronta alguna de prestigio de por sí. Los Emiratos
árabes o Arabia Saudita poseen un ingreso per cápita superior a cualquier país
latinoamericano y no por ello conforman en mi haber, sociedades dignas de
emular, teniendo a la mitad de su población como ciudadanas de segunda.
Los medios de
comunicación han comparado las sendas visitas del papa Francisco en Perú y
Chile. Hay gente que se ha jactado en redes y en la calle del mayor fervor
mostrado en el Perú, y censuraban la poca amabilidad del chileno frente a la
visita pontifical. En el país austral, incendiaron iglesias previamente, y
voces de protesta se hicieron oír ante la presencia del obispo Juan Barros
junto a Francisco, acusado aquel de encubrir al cura Karadima, el monstruo
abusador del exclusivo suburbio santiaguino El Bosque. El sodálite José Antonio
Eguren, el obispo de Trujillo, ha sido acusado de lo mismo con respecto a
Figari, y se mostró bien sentado y orondo en el mismo estrado del papa
argentino sin que vuelo de mosca lo perturbe (Me hace recordar a una anécdota:
Cuando le preguntaron al alcalde de Lima, en los años de 1870, que qué iba a
hacer si la fiebre amarilla que desolaba Buenos Aires subía al Perú, él dijo
que nada, que la fiebre se iba a amolar como todo aquí. Y pasó: la fiebre no
mató a nadie en Lima. Tenemos pereza hasta para morir).
Muchos analistas dicen
que el papa no tocó temas de índole crítico, salvo el de la explotación y
depredación de recursos de la selva y el del derecho de decisión de las
comunidades originarias. El tema de la trata de personas también saltó a la palestra,
pero ello no implicaba polémica; solo un cínico o un psicópata defendería la
explotación sexual de adolescentes. Con respecto al derecho de las comunidades
originarias a decidir, sí que hay polémica porque nos encontraríamos en el
debate de hasta dónde pueden los derechos de los menos frente a los derechos
del “bien común” del resto de la nación a la hora de explotar un recurso, sea
minero o petrolífero. Los temas no tratados, según los analistas, fueron los de
los asuntos interinos de la Iglesia: el del rol de la mujer en su institución y
el de los abusos sexuales. Ello dejaba en el paladar de muchos peruanos un
sabor a poco.
Pero he ahí el quid, ¿qué
tan “muchos” peruanos?
Según una encuesta del
2016, el 47% de la población estaba al tanto del caso de Luis Figari y de las
graves acusaciones de encubrimiento contra los sodálites. El 53% no tenía ni
idea. De otro lado, se habla dentro de los conciliábulos cerrados del Vaticano
sobre la posibilidad de permitir a las mujeres que sean diáconos, con un poder
restringido de impartición de sacramentos. En absoluto se habla de mujeres
sacerdotes. ¿Ello despierta interés de “muchos” peruanos?
En Chile, el catolicismo
está perdiendo terreno ante el avance de los agnósticos (o ateos). La población
declarada agnóstica es del 19% (datos de GFK Adimark). En el Perú, los
católicos pierden avance frente a los evangélicos, no frente a los agnósticos
que conforman no más de un 4%. En Chile, el 36% de la población afirmó tener confianza en la
iglesia católica frente a un 63% de peruanos.
Se ha propagado en los
medios el tema del “fervor” del peruano como si ello fuera una virtud. En los
arbores de la sociología se ha comparado el desarrollo diacrónico del individuo
con el de las sociedades. Como sucede con una persona, las sociedades nacen, se
desarrollan, decaen y mueren. La cualidad del fervor y la espontaneidad
irreflexiva la asocio a la adolescencia de un individuo. La temperancia, a la
madurez. La temperancia de una comunidad se manifiesta a través de una política
saneada, con un cuerpo institucional que administre de mejor manera el
bienestar material y anímico de su población. La madurez colectiva se
manifiesta en la fijación de objetivos claros para la colectividad, no
meramente los objetivos de corto plazo para ganarse el favor popular del
momento. Los fervores no tienen cabida en ello, los fervores solo sirven para
pasar un buen fin de semana (y curiosamente, tuvimos papa exactamente para el
fin de semana).
Nuestro país también está a
la zaga en nivel educacional, aun dentro del espectro latinoamericano (En el
2015, en el examen de PISA, solo superamos a República dominicana en la
región). Un país desarrollado no es aquel que luce economías florecientes y
números “macro” en alza, como nos quiere hacer ver de modo directo o indirecto,
el discurso neoliberal. Un país desarrollado es el de sus ciudadanos críticos,
de lectoría competente. Un país que no le dedica uno de los presupuestos fiscales
más bajos en cultura y educación en la región.
Hay una línea de Bryce
Echenique que me fue referida hace años, con respecto a uno de sus personajes:
la de una peruana “perdida en Indias”. El elitismo de los personajes de la
narrativa bryceana es aquel económico y de capital simbólico social. Muchos de los
retratados por el escritor se sienten “perdidos” frente a personas que no frecuentan
ciertos clubes o balnearios, o que no conocen Europa o la costa este
norteamericana (La China Tudela de Rafo León también pertenecería a esa tribu
en el exilio dorado). Su elitismo no corresponde necesariamente al educacional.
Los personajes bryceanos no se jactan de su superior lectoría. No se ensalza
entre la clase alta dentro y fuera de las páginas del escritor limeño, al buen
lector provinciano pata en el suelo. O a la muchacha que quiere leer libros
serios mientras descansa en su cuarto en sus (pocas) horas libres como empleada
doméstica.
Dije sentirme desalentado
después de la visita del Papa Francisco, de ser peruano, y esto me pasa por vez
primera. Soy agnóstico en una tierra de fervores. Como escritor y como lector,
y consumidor de productos culturales (y conocedor de relativa suficiencia)
percibo una trascendencia en la materialidad del mundo, sea natural o
histórica. Recojo de la religiosidad, el sentir místico, como del catolicismo,
su vertiente de compromiso social. Soy homosexual en una tierra donde el
prelado de mayor jerarquía en el Perú, Juan Luis Cipriani, calificó a la
comunidad gay de “maquinaria averiada”. Soy feminista en una tierra de alta
violencia contra la mujer y donde el mismo prelado, a propósito del acoso
sexista, censuró a las víctimas
por “ponerse en escaparate”.
De manera diferente a la
proclama de clase, me siento un poco “perdido en Indias”. Sin embargo tengo una
patria oculta. Mis compatriotas son pocos pero pueden estar creciendo en
número. Ellos toman una combi mientras leen de pie, echando de cuándo en cuándo
un ojo por la ventanilla para que no se les pase la calle. Otros toman un café
y leen (también) mientras que de la pantalla de la televisión que cubre la
visita del papa, escuchan la tonadilla melosa “Franciscoooo, amigooooo…” una y
otra vez, no sin fastidio. Mis compatriotas conforman un puñado de personas que
se reúnen en plazas y calles para protestar portando pancartas que muchos
viandantes, que pasan por casualidad, ven con indiferencia, sorna o mera
curiosidad. Con ellos, miro pasmado el mar humano y el fervor morado del mes de
octubre cuando un Cristo moreno se pasea entre inciensos y letanías, bajo la
mirada complacida del prelado mayor, aquel de la máquina averiada y las mujeres
en escaparate. Más de un compatriota mío ha estado en el taxi escuchando, de otro lado, las proclamas en la radio, de algún pastor evangélico que exhorta a los hombres amar a sus mujeres y a las mujeres “respetar” a sus hombres. Hemos escuchado, con
frustración, mis compatriotas y yo, muchos debates de índole político y social
donde los evangélicos se limitan a argumentar apoyándose en lo que dice un libro escrito por miembros de una tribu nómade del Medio Oriente escrito de hace más de tres mil años. Y los seguidores de esos “argumentadores” crecen en
número.
He
confesado desaliento por ser peruano. Pero solo por el día de hoy que escribo
estas líneas. En el fondo, y mañana lo sabré con mayor certeza, agradezco esta
dosis de realidad social peruana. Mi labor es formar un nosotros solidario. Debo, como muchos, hacer patria dentro de estas “Indias” que llamamos Perú. Debemos
partir de ese nosotros ansioso y estar abiertos a la negociación que se vaya a
dar con “los otros” fervorosos. Ellos también nos enseñan. El papa enunció
varias veces la palabra “esperanza”. Esa palabra me da algo de picazón porque
implica un concepto de resolución futura y que parece evadir compromisos
presentes. Esa palabra y otras afines parecen forjar comunidades pasivas. Pero
no. Este es también un país de luchadores, de gente que se levanta día a día
contra la pobreza y el abuso. De gente que requiere de tanto en tanto, que un
papa venga del otro lado del mundo para darles aliento. De gente que ha forjado
sus propias comunidades sin contar con un Estado y una historia que les han
dado la espalda. Ellos han protagonizado su propia épica de desplazamientos y de
asentamientos en los arenales hostiles.
Escucharán
de momento, a los evangélicos de biblia en mano y complacerán a prelados
prejuiciosos, pero son como yo, peruanos que buscan respuestas, ellos con la
acción comunitaria y yo con la reflexión que espero sea mesurada. A lo mejor,
en los arenales, “Fraciscoooo, amigoooo….” tiene un registro que me es
desconocido y aprenderé a apreciar con el tiempo.
No, por el
momento está bien ser peruano.
Comentarios
Publicar un comentario