La Segunda Luna por Enrique Bruce: Prosa poética



En esta oportunidad dos poemas inéditos que espero les guste.

El espacio que el amor dispensa

Pienso en el amor
y en el espacio que el amor me dispensa.


Pienso en el amor que sirve de lumbre en las casas,
y en el espacio entre una y otra que aquel me dispensa.

Pienso en la acera opuesta, en el retiro de las casas frente a esa acera
y en el espacio que insiste en dar de sí.


A punto de cruzar la pista, imagino una ciudad
y un gran río atravesándola.
Imagino los barcos que cruzan su desembocadura, el mar abierto que espera el transporte de mercancías y de personas hacia otras costas. Imagino el espacio entre esas costas y el amor multiplicado en mercados y plazas, en las aceras opuestas, en las casas y sus retiros, tierra adentro.

En mi imaginación, me propongo la misión, más bien modesta, de cruzar la pista para llegar a la otra acera, sin importar el retiro de una casa y de otra casa.

El amor no muere, me digo, solo migra. Y lo que cuenta es el espacio entre ese amor ya en otro lugar y el nosotros en esta acera o en esta costa.
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Una mano desciende


Dios observa a los chicos en medio del juego.

Chicos de látex, de joda, chicos de reglamentos secretos y de muchas ganas.

Chicos que refaccionan viejos cobertizos y en cuyo interior apenas iluminado, ensamblan criaturas con butacas, poleas y cadenas. Chicos que acomodan taburetes a modo de altares, disposiciones que, a la larga, se resuelven en las diferentes posturas que ellos habrán de tomar frente al mundo.

Chicos varios, chicos sucesivos, chicos excesivos sin humanidad.
Chicos que han deambulado en un bosque de sombras y una vez divisado un templo, han fornicado bajo sus arcadas. Se han mirado la cara (estos chicos) con los despojos de la luz. Unos juran que vieron una vez una sonrisa y desde entonces, se pasan el salmo en voz baja.

Una mano, en tanto, desciende en la oscuridad.

Entonces recuerdan algo sobre una tierra parda y sobre una semilla.

Una mano desciende en la oscuridad cuando ya todos habían oído de los valles fértiles, de las criaturas y los ríos electrizados por el sol
(No hubo ocasión de decirle a nadie que lo que tiene el prestigio de lo creado, no les interesa).

La mano desciende en medio del juego. Entre los concurrentes, se encuentran los hijos legítimos del grito, la torsión y la sangre, y suelen ser los más meticulosos en sus prácticas y nada parece inmutarlos.

El juego sigue. Nadie se esconde; nadie cae. La mano parece ignorarlos.
Desde sus respectivas posturas frente al mundo, sin embargo, presienten que algo se acallaba en sus juegos. Acariciando su piel de látex y cruzando un umbral más, un cuerpo más sin caer, presienten que su destino es el olvido.

Y a la manera de una procesión, comienzan a seguir la mano que desciende.

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