EN NUESTRO CONSULTORIO POR RUFINO ARCO TIRADO: POR JUAN


























Por Rufino Arco

rufinoarco@gmail.com 

Conocí a Juan en julio, en la semana del “Pride”, andaba yo con unos amigos y de repente el tío más guapo del mundo apareció ahí vistiendo un polo blanco y con una sonrisa de plantearte la vida.

Estuvo tres días en Madrid, y las tres noches las pasó en casa, había una conexión especial. No necesitábamos decir nada, sólo estar cerca era suficiente. Debió ser uno de esos famosos “romances de verano” de los que todos hablamos.

Juan no se llama Juan, y vive en una ciudad alemana. Así que pasado el “Pride” se volvió al país que lo acoge desde hace muchos años. Nosotros mantuvimos el contacto a la distancia, sirviéndonos de Whatsapp y vídeos de Messenger. 

Los días pasaron y comenzamos a tratar temas personales. En este trascurso él descubrió que yo no me planteaba, a priori una pareja, y menos aun cerrada, aunque con el tiempo es algo que puede surgir sin darle mayor importancia. Pero Juan comentó que en breve comenzaría un viaje muy lejos, un lugar en el que planea permanecer varios meses. Por todo esto, yo no me planteo casi nunca una proyección a largo plazo, casi ni a corto plazo, solo me dejo llevar y vivo las situaciones presentes. Él me dice que va a hacer algo parecido, que va a dejarse llevar, pero en el fondo sabemos que anda buscando alguien especial con quien compartir una vida (algo que yo no) y de alguna manera, cada conversación, cada interacción es una prueba del test de supuesta idoneidad.

Hablamos de planes de futuro inmediato, de una visita a Madrid, para pasar algo de tiempo juntos, él añade que quiere descubrir algo sobre mi. Yo sigo fluyendo.

Los días pasan, y a medida que se acerca la fecha del encuentro en Madrid, las conversaciones en la distancia van perdiendo fuerza e interés al profundizar en la personalidad. Siento que ya no hay esa conexión que antes nos unía.

Aun así, sigo teniendo razones para que Juan venga a visitarme a Madrid, algo que además el tiene muchas ganas de hacer, incluso aunque el reencuentro no vaya del todo a la perfección.

Aunque la sensación de la espera era más bien neutra (ni alegre ni triste), verlo aparecer por la puerta me sacó una sincera sonrisa, y trajo al presente las sensaciones de la última vez que estuvimos juntos.  

El primer día de los cuatro que íbamos a pasar juntos estuvo muy bien, y parecía que generábamos una compenetración mutua, aunque yo empezaba a apreciar que nuestras filosofías de vida iban por caminos diferentes, y que había temas profundos que no podía tratar con plenitud, algo que personalmente a mi me parece un pilar fundamental para disfrutar del tiempo con alguien. Sin embargo, el contacto físico era de diez puntos, ya no sólo en el plano sexual sino simplemente estar abrazado o besándolo me colocaba en un lugar muy agradable del que no tenía ningún impulso de huir. Pude haber expuesto, en alguna conversación, el tema que rondaba mi cabeza, sobre que no me acababa de resultar del todo interesante, sin embargo pensé que para cuatro días que íbamos a pasar juntos sin planes de futuro resultaría mejor no romper la magia y evitar que él se sintiera incómodo. Así que lo dejé pasar, total ¿no?

El segundo día comenzó a acentuarse la distancia entre ambos, es decir, mientras yo seguía reafirmando que a su lado sentía una carencia, él aumentaba sus muestras de cariño, dándome besos, abrazos y cogiéndome de la mano prácticamente todo el tiempo. Esta situación de desequilibrio empezó a hacer mella en mi cabeza, empecé a sentirme falso, que no correspondía como “debería”. Pero claro ¿Quién sabe lo que se debe hacer en este momento? ¿Dónde están escritas las reglas del juego?

Mientras seguía convenciéndome a mí mismo que para unos días no merecía la pena desmontar todo el asunto, otra parte de mí se juzgaba por no estar siendo ciento por ciento sincero con él, que a veces no entendía mi lenguaje no verbal, y lo que era peor aún, estaba empezando a tener la sensación de que estaba auto-traicionándome.

Me consta que hay muchas parejas que llegan a la monotonía y por circunstancias de la vida sienten esta sensación a diario. No sé qué fuerzas motivadoras utilizan para sobrellevarlo, supongo que será un caso de prioridades. Pero desde luego a mí, que soy un pájaro en libertad, me empezó a parecer esta magnífica visita, una prisión. Una prisión en las que yo he decidí entrar voluntariamente, cuando no era tal cosa, y que voluntariamente he decidido no abandonar. Ahí estaba la auto-traición.

Solo fueron tres días, y fueron momentos bonitos, porque visitamos sitios preciosos, jardines, monumentos, terrazas, cenas, comidas o paseos, pero la sensación agridulce era horrible. Hasta el punto que en ocasiones deseaba no tener contacto físico porque cuanto más atento era, más distancia me pedía mi cuerpo.

De no haberse dados las circunstancias concretas del caso, si Juan viviera en Madrid, después del primer día le habría propuesto marcar algún tiempo o espacio entre ambos y vernos en otra ocasión, pues sinceramente es una persona que merece la pena conocer y mantener cerca, pero desde luego, no tan de golpe. El caso es que esa posibilidad no existía, y yo ya estaba eligiendo mantenerlo cerca los días que le quedaban en Madrid.

Era consciente como mi personalidad alegre desaparecía y me descubrí sintiendo una energía interna muy fría, que ya había experimentado anteriormente cuando he vivido en pareja y llegaba el momento en el que sentía que la relación se acercaba a su fin y que estaba manteniendo una farsa.

Todos estos días abordé la situación con una filosofía clara: este chico está aquí, es majo, es guapo, es cálido, y si bien no te aporta todo lo que tú crees que necesitas en la vida, durante el tiempo que estés en su compañía vas a aprender.

A su lado, en su silenciosa compañía, aprendí el valor de los silencios, disfruté de los parajes naturales sirviéndome de una visión muy intimista que venía a ser como la sensación de estar solo aún estando rodeado de muchas personas. Exploraba esa sensación en mí mismo; la desmembraba y la analizaba, para comprender su existencia.

También lo observaba mucho a él. Él estaba encantado, no necesitaba esa conexión filosófica tan solo el roce de mi piel le era suficiente, mientras que para mí no era suficiente. Esto tenía que aprenderlo. Cada persona es como es, y debo conocerme a mí mismo y a mis circunstancias para poder prever esta situación en el futuro, y para comprender las que ya han pasado.

Aprende uno a valorar su tiempo libre y su libertad, a tomar consciencia de cuán importante es para uno el tiempo que da a los demás y el que los demás regalan a uno. 
A pesar de que mi decisión fue meditada y voluntaria, fui revisando mis sensaciones los cuatro días, en el último de ellos mi cuerpo ya se expresaba por sí sólo y exteriorizaba el descontento general, algo que Juan ya notaba.

Se fue con una sensación extraña, a pesar de que si una tercera persona hubiera tenido que valorar lo que aquí se vivió seguramente hubiera dicho que todo fluía a la perfección. Al día siguiente la sensación personal fue de liberación. 

¿Cuántas personas estarán atrapadas en esta situación, sin atisbar en el horizonte el día en que su Juan particular vuelva a su ciudad de origen? ¿Cuántas personalidades viven anuladas, escondidas, auto-traicionadas? ¿Cuánta felicidad en este mundo desperdiciada por no ser capaces de encontrar ese camino de liberación?

La vida es una. No te pongas la zancadilla. No te encadenes a una prisión. No juzgues a la otra persona por lo que tú consideras que no te aporta. No te juzgues a ti por no sentir lo que crees que debes sentir para corresponder. No podemos pedir a otra personas que corresponda con sentimientos que no tienen, del mismo modo que no podemos dejarnos ser víctimas de chantaje emocional. 

Conozcámonos y tomemos decisiones maduras. 

Es más valioso vivir una vida plena y sin la compañía de una pareja, que convertirnos en muertos en vida acompañados por alguien que no nos llena. 

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