DIARIO DE VIAJE por NICOLÁS COLFER: ¿Qué haría Lemebel?
Nicolás Colfer es escritor y corrector literario. Trabaja en acciones culturales para la Ciudad de Buenos Aires, con el acento puesto en la visibilidad de las disidencias sexuales.
Promueve en sus redes la construcción de una Literatura diversa e interactiva.
QHL: ¿Qué haría Lemebel?
Probablemente la veríamos abriéndose paso a lomos de una yegua apocalíptica, batiendo tras de sí un pañuelo inmortal como alas de murciélaga, profiriendo un eco sonoro de pueblo originario, de nunca más, hasta llegar sudada pero radiante a la cima de la nariz del General Baquedano, ese monumento acorralado por el furor del pueblo. ¿Qué diría la Pedro en ese pináculo revolucionario? “¡Despierta, Chile, pero sigue soñándome!”. Y un recordatorio insoslayable en su sólido equilibrio sobre la estatua, en la gloria de su rostro mapuche, maricón, maripuche: más que una desviación, ser maricón es una postura política.
Pedro Lemebel falleció en 2015 en la ciudad donde hoy lucha su pueblo: Santiago de Chile. Es inevitable pensar en su osadía mientras tantas maricas se rasgan las vestiduras por el para nada súbito respingón con que Sudámerica está saliendo de la pesadilla neoliberal y filofascista de sus últimos años. La semana pasada, en la XXVIII Marcha del Orgullo LGBTQIA+ de Buenos Aires, una de esas exclamó a voz en cuello: “¡¿Qué tiene que ver el reclamo de los chilenos con nosotrxs?! ¡¿Por qué politizan todo?!”. Lo decía ante el cartel que blandía una loca de vestido tricolor y sin sospechar que estábamos, de hecho, en una manifestación política. No la culpo; a menudo las locas de ahora, las millenials, nos distraemos y nos hacemos ensaladas con los conceptos y esas cosas. Está bien que esa loca no sospechara lo de la política, porque, al fin y al cabo, la Marcha es una fiesta y ella estaba muy a tono, muy dichosa con sus privilegios de marica metropolitana con ganas de diversión.
¿Que por qué politizamos todo? ¡Porque somos maricas, tonta! Eso implica la feliz
inclinación a las depravaciones, sí, pero también –y sobre todo– a ciertas ideas
sobre el mundo o sobre cómo este debería ser. Implica una natural predisposición a
la lucha.
Cuando mis redes se llenaron de lemebeles, sentí un vértigo que no sentía desde que vi a lxs catalanxs sublevadxs en Barcelona. Me dije “si esto pasara en Buenos Aires, yo tendría que luchar”. Lo pensé así, como un must, porque tanto predicar el orgullo y la libertad me volvieron romántica, medio propensa a la heroicidad, y no quisiera faltar a mis ideales si la lucha llegase a mi puerta. Pero además, ¿no sería antinatural ignorarla? ¿Cómo podría quedarme en el confort de mi humilde hábitat burgués mientras mis compatriotas se desangran en las calles? ¿Cómo no le pondría el cuerpo a la política después de haberle puesto tantas palabras? Al final, sería como contradecir a mis compañeritos del primario, que usaban “maricón” como sinónimo de “cobarde”. ¡Yo quisiera ser maricón y valiente como mis hermanos de Chile, que se sumaron a las protestas con la misma convicción con
que a las carrozas del Orgullo! ¡Maricón y valiente como la Lemebel, que se animó a
ridiculizar públicamente a Pinochet y hasta acusó de discriminación a sus compañeros de la Izquierda cuando todo el mundo la escuchaba!
Al de la Marcha, le pregunto: ¿por qué luchas, maricón? Si ya no por el goce de pasearte en tanga una vez por año en el Pride local, ni por el raro privilegio de imitar a los casados de las generaciones previas, ni siquiera por el reconocimiento del mercado en cuya vorágine estás tan cómodo y que tan bien te provee de objetos rosados y experiencias amigables, entonces, ¿por qué luchas? ¿Ni siquiera por las maricas que en lugares más aciagos son devueltas al armario y obligadas a morir en él?
Nuestra generación, compañeras millenials, tiene la tranquila noción de que ya todo se ha inventado y puede encontrar en sus predecesoras todos los ejemplos necesarios para sobrevivir y hasta para trascender. Quizás, cuando la crisis reviente de nuevo nuestras pantallas, podríamos preguntarnos qué harían ellas, qué harían Arenas, Jáuregui y Lemebel. Y no quedarnos en la serenidad de nuestro cinismo, sino montar nuestras propias yeguas y cabalgar gritando amor hacia el apocalipsis.
Noten, compañeras, que hasta nos beneficia la tecnología, porque Lemebel tenía quen pararse en las tarimas de la escena pública a predicar lo que nosotras podemos gritar en Instagram, y no solo en los rinconcitos mononos de nuestros livings, ¡sino en las calles, compañeras!
¿Cuántas veces te hiciste ecos de los himnos de lucha de Santiago? ¿Cuántas búsquedas de Google alimentaron tu sed de fundamentos para opinar bien? ¿Cuánto has subido el volumen de tu política? En un contexto donde un click es como un sablazo, ¿cuántos dedos has movido?
¡Si sos marica, compañera!
¡Si el mundo te predispuso al alarido y a la lucha!
Promueve en sus redes la construcción de una Literatura diversa e interactiva.
QHL: ¿Qué haría Lemebel?
Probablemente la veríamos abriéndose paso a lomos de una yegua apocalíptica, batiendo tras de sí un pañuelo inmortal como alas de murciélaga, profiriendo un eco sonoro de pueblo originario, de nunca más, hasta llegar sudada pero radiante a la cima de la nariz del General Baquedano, ese monumento acorralado por el furor del pueblo. ¿Qué diría la Pedro en ese pináculo revolucionario? “¡Despierta, Chile, pero sigue soñándome!”. Y un recordatorio insoslayable en su sólido equilibrio sobre la estatua, en la gloria de su rostro mapuche, maricón, maripuche: más que una desviación, ser maricón es una postura política.
Pedro Lemebel falleció en 2015 en la ciudad donde hoy lucha su pueblo: Santiago de Chile. Es inevitable pensar en su osadía mientras tantas maricas se rasgan las vestiduras por el para nada súbito respingón con que Sudámerica está saliendo de la pesadilla neoliberal y filofascista de sus últimos años. La semana pasada, en la XXVIII Marcha del Orgullo LGBTQIA+ de Buenos Aires, una de esas exclamó a voz en cuello: “¡¿Qué tiene que ver el reclamo de los chilenos con nosotrxs?! ¡¿Por qué politizan todo?!”. Lo decía ante el cartel que blandía una loca de vestido tricolor y sin sospechar que estábamos, de hecho, en una manifestación política. No la culpo; a menudo las locas de ahora, las millenials, nos distraemos y nos hacemos ensaladas con los conceptos y esas cosas. Está bien que esa loca no sospechara lo de la política, porque, al fin y al cabo, la Marcha es una fiesta y ella estaba muy a tono, muy dichosa con sus privilegios de marica metropolitana con ganas de diversión.
¿Que por qué politizamos todo? ¡Porque somos maricas, tonta! Eso implica la feliz
inclinación a las depravaciones, sí, pero también –y sobre todo– a ciertas ideas
sobre el mundo o sobre cómo este debería ser. Implica una natural predisposición a
la lucha.
Cuando mis redes se llenaron de lemebeles, sentí un vértigo que no sentía desde que vi a lxs catalanxs sublevadxs en Barcelona. Me dije “si esto pasara en Buenos Aires, yo tendría que luchar”. Lo pensé así, como un must, porque tanto predicar el orgullo y la libertad me volvieron romántica, medio propensa a la heroicidad, y no quisiera faltar a mis ideales si la lucha llegase a mi puerta. Pero además, ¿no sería antinatural ignorarla? ¿Cómo podría quedarme en el confort de mi humilde hábitat burgués mientras mis compatriotas se desangran en las calles? ¿Cómo no le pondría el cuerpo a la política después de haberle puesto tantas palabras? Al final, sería como contradecir a mis compañeritos del primario, que usaban “maricón” como sinónimo de “cobarde”. ¡Yo quisiera ser maricón y valiente como mis hermanos de Chile, que se sumaron a las protestas con la misma convicción con
que a las carrozas del Orgullo! ¡Maricón y valiente como la Lemebel, que se animó a
ridiculizar públicamente a Pinochet y hasta acusó de discriminación a sus compañeros de la Izquierda cuando todo el mundo la escuchaba!
Al de la Marcha, le pregunto: ¿por qué luchas, maricón? Si ya no por el goce de pasearte en tanga una vez por año en el Pride local, ni por el raro privilegio de imitar a los casados de las generaciones previas, ni siquiera por el reconocimiento del mercado en cuya vorágine estás tan cómodo y que tan bien te provee de objetos rosados y experiencias amigables, entonces, ¿por qué luchas? ¿Ni siquiera por las maricas que en lugares más aciagos son devueltas al armario y obligadas a morir en él?
Nuestra generación, compañeras millenials, tiene la tranquila noción de que ya todo se ha inventado y puede encontrar en sus predecesoras todos los ejemplos necesarios para sobrevivir y hasta para trascender. Quizás, cuando la crisis reviente de nuevo nuestras pantallas, podríamos preguntarnos qué harían ellas, qué harían Arenas, Jáuregui y Lemebel. Y no quedarnos en la serenidad de nuestro cinismo, sino montar nuestras propias yeguas y cabalgar gritando amor hacia el apocalipsis.
Noten, compañeras, que hasta nos beneficia la tecnología, porque Lemebel tenía quen pararse en las tarimas de la escena pública a predicar lo que nosotras podemos gritar en Instagram, y no solo en los rinconcitos mononos de nuestros livings, ¡sino en las calles, compañeras!
¿Cuántas veces te hiciste ecos de los himnos de lucha de Santiago? ¿Cuántas búsquedas de Google alimentaron tu sed de fundamentos para opinar bien? ¿Cuánto has subido el volumen de tu política? En un contexto donde un click es como un sablazo, ¿cuántos dedos has movido?
¡Si sos marica, compañera!
¡Si el mundo te predispuso al alarido y a la lucha!
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