DIARIO DE VIAJE POR NICOLÁS COLFER: “VINE PORQUE ESTOY ENAMORADO”
La aventura de Nicolás Colfer en Europa ha llegado a su fin. Sin embargo, el joven escritor porteño tiene aún muchas cosas que contarnos acerca de su viaje. Esta vez, mientras activa en Buenos Aires sus proyectos para este año, nos relata un encuentro muy especial en París. Si quieren conocer más acerca del trabajo de Nicolás, pueden buscar sus redes sociales o visitar su pequeña galaxia literaria: www.galaxia-colfer.com.ar
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“VINE PORQUE ESTOY ENAMORADO”
En la primera entrada de este Diario de Viaje, les conté que mi noviecito me había hablado de la movida gay en París. Toda se concentraba, más o menos, en un barrio llamado Le Marais. Cuando llegué a la Ciudad de las Luces, corroboré enseguida que mi noviecito no había mentido: la movida transcurría en tres o cuatro calles, y era bastante demodé. Igual se atisbaba un París clandestino. Era más o menos fácil detectarlo en las miradas elocuentes de los chongos que se paseaban por las rues del cuarto distrito. “Elocuentes” es un adjetivo que, en este caso, no se hace justicia a sí mismo. Digamos más: eran miradas antropófagas; te comían con todo y piel. Esas miradas y sus dueños terminaban invariablemente en algún sauna. Google me dijo que los saunas parisinos tienen casi todos los días un descuento especial para los menores de veintiséis. Ah, en París casi todos los sitios de interés benefician a los que tienen de veinticinco para abajo. No sé si es porque ahí la adultez empieza más tarde que acá en el Sur, o porque la ciudad está más envejecida que las nuestras.
Una vez, el que me mordió con los ojos tuvo menos de cincuenta. Vi que se dirigía sin prisa a la zona en la que terminaban todas las miradas. “Hey”, le dije. “English?”. Yo de francés no entiendo nada. Me respondió que yes, of course. Así que le pregunté adónde iban a parar los ojos de las locas. “A la ciudad del sol”, me iluminó. Es decir, a un sauna llamado Sun City. “Es un sitio fabuloso, con tres pisos de diversión. Han filmado varias porno ahí dentro. ¿Vamos?”. Le dije que, por haberme ido tres meses de viaje con solo una mochila, no tenía en París una sunguita con la que cubrir mis vergüenzas. Él se rió, como diciendo “¡Hay que verlo a este indiecito!”, y me hizo notar que él no llevaba sunga, ni algún otro tipo de traje de baño. La ciudad del sol era como una nursery: había que estar igual que recién salido del útero. Yo le dije que acá abajo éramos pudorosas, y que mejor seguía paseando por la ciudad de las nubes (en París, casi siempre está nublado). “Oh, te vas a perder la diversión”, me dijo. Pero después encontré en Internet unas cuantas escenas rodadas en la ciudad del sol. Y me alegré de no haber ido: una tiene que estar bien descansada para ciertas cosas.
Por ejemplo, para recibir a un noviecito que va de Buenos Aires a París para pasar con vos las Fiestas y quitarle el “–cito” a su título. Porque esta historia tiene un twist, chicas: el que me habló de Le Marais cruzó un océano para reunirse conmigo en el lugar de su relato. Bueno, en un lugar más preciso: el bar de las duchas. “Nos vemos ahí en Nochebuena”, me dijo. “Ahí” era delante de la cápsula transparente dentro de la que se bañaba un hetero en pelotas. Una mochila enorme colgaba de los hombros de mi noviecito cuando entré al bar. Levantó una mano y movió los dedos. Qué lindo era. Más de lo que recordaba. Qué lindo era y qué bien besaba. El hetero acumulaba un montón de espuma entre el ombligo y la verga, pero fuera de su cápsula pasaban cosas mejores. Pasaban un reencuentro, cuatro manos bobas y el chape más largo que recuerdo.
A las doce, estalló el único hit de Mariah Carey que todas sabemos, quizás debido a que, entre el ocho de diciembre y Año Nuevo, lo pasan incansablemente en los locales de ambiente. Todo lo que quería para Navidad estaba ahí delante de mí.
–¿Te habías imaginado que era así este lugar? –me preguntó mi noviecito. Bien saben ustedes lo que había imaginado cuando él me habló de sus aventuras en Le Marais, pero nunca imaginé que sería tanta la fiebre de las locas estampadas contra el vidrio de la ducha, ni tan poco bailable la música de esos bares.
–Más o menos –respondí–. Las fiestas son mejores en España.
–Y en casa –me recordó.
Sí, en casa también.
–Lo que no me había imaginado era que ibas a aparecerte por acá –confesé re emocionad–. No me digas que viniste a controlarme.
Se rió.
–Me gasté todos mis ahorros para llegar al chinchín navideño –dijo–. ¿A vos te parece que es por ganas de controlarte?
Obvio que no.
–No, viniste hasta acá porque estás loco por mí –le dije haciéndome la linda.
Bajó el champán de un trago y me miró. El alarido de una loca entusiasmada con el cambio de hetero en la ducha dilató un segundo lo que mi noviecito dijo a continuación:
–Sí, vine porque estoy enamorado.
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“VINE PORQUE ESTOY ENAMORADO”
En la primera entrada de este Diario de Viaje, les conté que mi noviecito me había hablado de la movida gay en París. Toda se concentraba, más o menos, en un barrio llamado Le Marais. Cuando llegué a la Ciudad de las Luces, corroboré enseguida que mi noviecito no había mentido: la movida transcurría en tres o cuatro calles, y era bastante demodé. Igual se atisbaba un París clandestino. Era más o menos fácil detectarlo en las miradas elocuentes de los chongos que se paseaban por las rues del cuarto distrito. “Elocuentes” es un adjetivo que, en este caso, no se hace justicia a sí mismo. Digamos más: eran miradas antropófagas; te comían con todo y piel. Esas miradas y sus dueños terminaban invariablemente en algún sauna. Google me dijo que los saunas parisinos tienen casi todos los días un descuento especial para los menores de veintiséis. Ah, en París casi todos los sitios de interés benefician a los que tienen de veinticinco para abajo. No sé si es porque ahí la adultez empieza más tarde que acá en el Sur, o porque la ciudad está más envejecida que las nuestras.
Una vez, el que me mordió con los ojos tuvo menos de cincuenta. Vi que se dirigía sin prisa a la zona en la que terminaban todas las miradas. “Hey”, le dije. “English?”. Yo de francés no entiendo nada. Me respondió que yes, of course. Así que le pregunté adónde iban a parar los ojos de las locas. “A la ciudad del sol”, me iluminó. Es decir, a un sauna llamado Sun City. “Es un sitio fabuloso, con tres pisos de diversión. Han filmado varias porno ahí dentro. ¿Vamos?”. Le dije que, por haberme ido tres meses de viaje con solo una mochila, no tenía en París una sunguita con la que cubrir mis vergüenzas. Él se rió, como diciendo “¡Hay que verlo a este indiecito!”, y me hizo notar que él no llevaba sunga, ni algún otro tipo de traje de baño. La ciudad del sol era como una nursery: había que estar igual que recién salido del útero. Yo le dije que acá abajo éramos pudorosas, y que mejor seguía paseando por la ciudad de las nubes (en París, casi siempre está nublado). “Oh, te vas a perder la diversión”, me dijo. Pero después encontré en Internet unas cuantas escenas rodadas en la ciudad del sol. Y me alegré de no haber ido: una tiene que estar bien descansada para ciertas cosas.
Por ejemplo, para recibir a un noviecito que va de Buenos Aires a París para pasar con vos las Fiestas y quitarle el “–cito” a su título. Porque esta historia tiene un twist, chicas: el que me habló de Le Marais cruzó un océano para reunirse conmigo en el lugar de su relato. Bueno, en un lugar más preciso: el bar de las duchas. “Nos vemos ahí en Nochebuena”, me dijo. “Ahí” era delante de la cápsula transparente dentro de la que se bañaba un hetero en pelotas. Una mochila enorme colgaba de los hombros de mi noviecito cuando entré al bar. Levantó una mano y movió los dedos. Qué lindo era. Más de lo que recordaba. Qué lindo era y qué bien besaba. El hetero acumulaba un montón de espuma entre el ombligo y la verga, pero fuera de su cápsula pasaban cosas mejores. Pasaban un reencuentro, cuatro manos bobas y el chape más largo que recuerdo.
A las doce, estalló el único hit de Mariah Carey que todas sabemos, quizás debido a que, entre el ocho de diciembre y Año Nuevo, lo pasan incansablemente en los locales de ambiente. Todo lo que quería para Navidad estaba ahí delante de mí.
–¿Te habías imaginado que era así este lugar? –me preguntó mi noviecito. Bien saben ustedes lo que había imaginado cuando él me habló de sus aventuras en Le Marais, pero nunca imaginé que sería tanta la fiebre de las locas estampadas contra el vidrio de la ducha, ni tan poco bailable la música de esos bares.
–Más o menos –respondí–. Las fiestas son mejores en España.
–Y en casa –me recordó.
Sí, en casa también.
–Lo que no me había imaginado era que ibas a aparecerte por acá –confesé re emocionad–. No me digas que viniste a controlarme.
Se rió.
–Me gasté todos mis ahorros para llegar al chinchín navideño –dijo–. ¿A vos te parece que es por ganas de controlarte?
Obvio que no.
–No, viniste hasta acá porque estás loco por mí –le dije haciéndome la linda.
Bajó el champán de un trago y me miró. El alarido de una loca entusiasmada con el cambio de hetero en la ducha dilató un segundo lo que mi noviecito dijo a continuación:
–Sí, vine porque estoy enamorado.
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