Colección Arco Iris: RenaZimiento by Juan Carlos Herranz
Todo el talento del autor español Juan Carlos Herranz se pone de manifiesto en el segundo libro digital que nos envía para nuestro deleite. Esta vez la narración tiene como escenario la Segunda Guerra Mundial. Escrito con pasión en una mezcla de erotismo y crudeza RenaZimiento se deja leer con mucho entusiasmo.
Por Juan Carlos Herranz
En la Segunda Guerra
Mundial, una unidad de élite del ejército alemán se escondió en Suiza después
de reducir a escombros un importante pueblo italiano de los Alpes. Las sombras
de la noche permitieron al gobierno suizo seguir enriqueciendo sus arcas con el
dinero de millones de seres humanos que se iban calcinando en los diferentes
campos de concentración nazis. A la mañana siguiente, algunos políticos
honrados conocieron la noticia de la crueldad con la que los alemanes masacraron
a cientos de seres humanos inocentes. Sabían que enfrentarse a aquellos
asesinos supondría ser condenados a un pelotón de fusilamiento a manos de su
propio gobierno. Pensaron la mejor manera de exponer el asunto en el Parlamento
Suizo y llegaron a la conclusión de que, si Jesucristo había muerto en la cruz,
ellos derramarían su sangre con tal de que el mundo conociese la hipocresía y
nula neutralidad de su país en tan devastadora contienda. El dinero de los
judíos asesinados se acumulaba entre lagos, montañas y relojes. Demasiada
humillación como para quedarse de brazos cruzados ante la barbarie. Al llegar
el turno de exposición de los políticos, todos ellos desviaron los temas
relacionados con la escasez de alimentos en los países ocupados. A ninguno de
ellos les interesaba formar parte de una mentira tan amarga como el café negro.
Se sintieron libres para pensar, hablar y obrar después de haber reflexionado.
Querían escuchar al presidente del país y a los representantes políticos de
todos sus Cantones. Deseaban escuchar de sus propias bocas sus puntos de vista
acerca de la verdad, la justicia y el debido respeto por la vida de sus
semejantes más allá de la superficial frontera suiza dibujada en los atlas del
mundo libre, al que tanto predicaban amor:
—Señores, ¿para qué triunfó la
libertad en Rusia en 1917? —comenzó su discurso uno de los valientes
representantes del pueblo—. Lenin regresó a San Petersburgo desde su exilio en
la actual Francia libre. Trostki hizo lo propio desde Estados Unidos y Stalin regresó
de su cautiverio moral en Siberia. ¿De qué nos ha servido si somos incapaces de
plantar cara a la Alemania de Hitler? ¿Acaso nos hemos pervertido como el
socialismo ruso? ¿Quizá nos importe más llenar las cajas de caudales de
nuestros bancos y empresas que aceptar que esos billetes están manchados de
sangre? ¿Qué significa tener honor en esta Suiza que navega en paz bajo la
bandera rojiblanca? —Tomó aire—. Ante tamañas injusticias, Lincoln aboliría la
esclavitud de nuestro pueblo e instauraría en toda Europa la libertad y la
justicia que de verdad estamos esperando los hombres de bien.
Lejos de recibir
una gran ovación tras su discurso, dos agentes de la policía secreta suiza
sacaron del hemiciclo a la nueva víctima. Los comediantes mantuvieron un inquietante
silencio que no se rompió hasta que el sonido de una bala anunció un nuevo
muerto en sus manchadas conciencias. El presidente de la sala dio paso al
presidente del gobierno, quien no tardó en tachar aquella previa arenga como
una mera provocación a la excelente imagen del país alpino, en el mundo en
llamas que le rodeaba por diversos motivos ajenos a la nación y muy cercano a
la terrorífica ambición humana:
—Señores, señoras —sonrió el mezquino representante del pueblo antes de comenzar a leer un texto
mecanografiado—. Damas y caballeros. Todos los días debemos examinarnos para
reconocer las cualidades que nos hacen diferentes de los violentos que, día
tras día, anhelan retorcer nuestras posiciones y personalidades con su falsa
moral. Suiza es una gran nación que aporta al mundo ese brazo desarmado que
salva almas y cura heridas. La alegría, la humildad, la serenidad, la pureza,
la diligencia, la atención y el amor que profesa nuestro país en este planeta
convierten a nuestro pueblo en imagen y semejanza a Dios. El tiempo nos otorga
dignidad y carácter. Jamás nos arrodillaremos ante ningún falso samaritano que
se rinda al demonio por no alcanzar el poder material del que tan alejados
caminamos. En el mundo encontramos hombres, mujeres y niños apaleados por el
dolor, el hambre, la enfermedad y la desgracia de esta gran guerra a la que
estamos asistiendo. Suiza es la verdadera tierra prometida. Entre sus montañas
y valles, los ríos dan cobijo a personas sin importar su nacionalidad. Alemania
también encuentra hombres, mujeres y niños apaleados por ese dolor, el hambre,
esas enfermedades y, en definitiva, la desgracia que nos provoca la Segunda
Guerra Mundial. Hermanos, nadie se enriquece de nadie en este desolador
panorama. Quien lo defiende termina con la garganta silenciada por el fuego del
averno. Trabajemos por la paz. No perdamos fuerza masticándonos los unos a los
otros, pues es la paz única posibilidad de salvar nuestras almas. Sentiros firmes
en la libertad y no caigáis en el yugo de la esclavitud que unos pocos quieren
aplicarnos para evitar que nos amemos los unos a los otros.
El final de las
palabras puso punto final a todas las bocas de las personalidades reunidas en
el Parlamento. Europa se había convertido en un campo de escombros donde los
puentes y caminos hacia la libertad se habían derrumbado a través de las
grietas abiertas por la maldad humana. La unidad de élite del ejército alemán
felicitó al presidente del gobierno por su soberbia e incontestable
intervención. Tanto asustaron las palabras del político al resto de sus
colegas, que ni siquiera aquellos que estaban dispuestos a sublevarse contra lo
establecido, fueron capaces de articular palabra por el miedo que les invadía
todo el cuerpo. En Suiza cada lámina de agua podía convertirse en una profunda
tumba donde sus cuerpos desapareciesen para siempre. El método de locura y
chantaje impuesto a los más poderosos desde Berlín daba sus frutos
irremediablemente. Aquella mañana dio paso a nuevas grietas en el continente
europeo. Nunca llegaban muertos devorados por el odio humano pero, en cambio,
la bonanza económica alzaba al país convertido en la ventanilla observadora de
los compasivos en medio de un mar de injustos asesinatos a sangre fría que, más
allá de los bombardeos y campos de batalla, inundaban de tristeza los ojos de
quien había aprendido a callar para gritar con el corazón. En un hotel cercano
al Parlamento Suizo, una reunión casual convirtió su habitación más lustrosa en
punto de encuentro de la beautiful people
del momento.
Eva Brownie tomaba un
sorbo de café negro mientras se dejaba intimidar por los bellos ojos de un
apuesto general del ejército alemán. Disfrutó de nuevos sorbos antes de
sonreírle. A pocos metros, una joven italiana, trabajadora del hotel, sentía la
amargura provocada por el papel de cigarrillo que le incomodaba en su lengua a
petición de dos soldados nazis. Aquella imagen causó un ir y venir de extraños
escalofríos que recorrieron a la mujer del Fürther de su cadera hacia los pies.
Tomó otro sorbo de café negro. El apuesto general, que formaba parte de la
unidad de élite que había exterminado el pueblo italiano la noche anterior,
sintió deseos de poseer la piel de melocotón de los valles de su tierra,
aprovechando la lejanía de la familia:
—Manteneros firmes en la
libertad con que Jesucristo nos hizo libre —alzó la voz otro soldado ebrio de
tanta lujuria, alcohol, café y tabaco de liar—. Amén.
—Si me amáis, guardad
mis mandamientos —replicó una mujer entre varios hombres—. Yo os guardaré
vuestras cositas si me dais un poco de vodka ruso, camaradas… —rió burlándose
del avance alemán más allá de Bielorrusia.
—¡Ábrete de piernas,
guarrilla! —contestó uno de ellos—. ¡Somos nazis alemanes y sabemos lo que
quieres! ¿Podrás con cinco? —rieron todos a la vez.
Eva encendió el cigarrillo
que le ofreció el alto mando germano. El humo invadió su cabeza, como un
huracán, hasta dejar su mente vacía de pensamientos y escrúpulos. Tomó un nuevo
sorbo de café negro:
—¡Qué rico está el café
suizo! ¿Verdad, mi general? —Rompió el mutismo entre ambos—. ¡Qué rico! —se
deleitó apenas hubo posado la taza sobre su platillo.
—¿Te apetece follar? —tomó la mano de la mandataria y la puso sobre su pene erecto—. Nadie se
enterará. Estos malditos están drogados, borrachos, perdidos… Aprovechemos que hay
una cama libre para los dos…
Temblores e
incontrolables sorpresas se enlazaron en un extraño ambiente donde a Eva se le
pusieron los pechos de hembra. La taza de café, en una mano, y el cigarrillo en
la otra, comenzaron a subir y bajar sin tregua. No les dio tiempo a llegar al
tálamo. El temor a ser descubiertos practicando sexo marcó aquel ritmo de falso
y asqueroso amor que había osado nombrar al Todopoderoso en vano. Las bocas de
los pecadores se reclamaron sin estupor alguno. Lo hicieron rodeados de una
horrible bacanal que no ayudó a frenar los impulsos de la carne pecadora:
—¡Tu polla me deja extasiada! —susurró Eva al
asesino de inocentes.
—¡Tú sí que me estás
dejando extasiado, puta! —arremetió con su sexo contra la hendidura femenina
que había tomado—. ¡Toma rabo de macho! ¡Te voy a follar hasta que me supliques
que pare!
—¡Cariño! ¿Cómo es
posible tanto placer? —le preguntó temblorosa por las embestidas—. ¡Eres tan
guapo y tan fuerte!
—Si tu marido te
follase más y dejase de joder al mundo hallarías la respuesta —le contestó con
rabia contenida—. ¡Hoy eres mi golfa! ¡Soy el puto amo de este asqueroso mundo!
—¡Para! ¡Sácamela ahora
mismo! —Mostró su furia por el comentario contra el Fürther—. ¡Mi marido es más
macho que tú! ¡Eres basura!
—¡Tu marido es un loco
perverso! —La tumbó sobre el suelo para evitar que opusiese resistencia—. ¡Y tú
eres una hija de la gran puta! ¿Sabes por qué te estoy follando?
—¡Socorro! —chilló a
todos cuantos les rodeaban—. ¡El general es un maldito traidor al régimen! —exclamó desesperada.
—¡Disfruta Eva! —Contestó
uno de los altos mandos que hacía lo propio con la esposa de uno de los
ministros suizos—. ¡El Fürther no se enterará jamás de lo cachonda que eres! —todos en la habitación acompañaron el comentario con una atronadora carcajada.
—¡Sácamela, cabrón! —intentó deshacerse del improvisado justiciero—. ¡Me estás haciendo daño!
—No querías rabo duro?
¡Soy una máquina de follar! ¡Por eso tu pueblo hizo que el mío se mezclara en
odiosas orgías! ¿Sabes por qué soy rubio de ojos azules y piel blanca como la
leche que voy a derramar en tus entrañas? —Preguntó sin importarle la
respuesta—. ¡Mi madre vivía en Oslo y vosotros la obligasteis a mantener
relaciones sexuales con un muchacho alemán! ¿Así queréis cambiar la raza
humana? ¿Jodiendo al prójimo y convirtiendo este mundo en ceniza? ¡Monstruos,
sois unos monstruos! —siguió penetrándola con más fuerza que un animal salvaje.
Eva alargó el brazo y
llegó a arañar el rostro de su agresor. Sin embargo, apenas podía mover los
músculos de su cuello que, oprimidos por las manos del general, estaban
demasiado agarrotados como para seguir llevando algo de oxígeno a sus pulmones.
Su brazo cayó de nuevo sobre el suelo de la lujosa habitación. Sus ojos se
tornaron blancos inyectados en sangre como si de una zombie se tratase. La muerte no le sobrevino porque el general, a
pesar de ser ejecutor de inocentes, cobarde y vacío, poseía un corazón noble
que le impedía llevar a cabo su plan de venganza pensando en lo cruel e injusto
que la Segunda Guerra Mundial estaba siendo entre los hermanos de La Tierra. Al
cabo de varias horas, las constantes vitales de las personas allí congregadas
comenzaron a equipararse con las de un ser humano normal en estado de reposo y
se quedaron dormidos uno a uno en profundo sueño. Ningún huésped del hotel se
atrevió a bajar hasta la recepción para quejarse del escándalo que habían
provocado en el edificio los últimos espasmos genitales de aquellos seres, que
no personas. Eva Brownie mostró su enfado a todos los presentes. Nadie supo
entender la palabrería de la abnegada esposa, porque nadie la escuchó. Estaban
más borrachos que una cuba y tan dormidos como la Bella Durmiente. La mujer se
enfadó y gritó enloquecida por lo que consideraba una verdadera alucinación.
Se sentía sucia,
violada, vendida en cuerpo y alma por el hombre al que se había entregado. De
manera inesperada, el general acarició su rostro. Recuperó el dolor de espalda
que le había provocado aquel inolvidable coito con la primera dama del Imperio
Alemán. Sus bellos ojos volvieron a recorrer cada poro de la tersa piel,
conquistando a Eva como si de liquidar a inocentes judíos se estuviese tratando:
—No te imaginas cuánto
necesito a alguien como tú en mi vida —le confesó a Eva—. Puedo hacerte sentir
lo que es amar si te entregas a mi cuando te busque… Viajo mucho y apenas veo a
mi esposa e hijos… Paso más tiempo junto a ti y a tu marido que a mis seres
queridos… Además, te abres de piernas como nadie… Estoy tan salido que he de
confesarte que el otro día incluso me follé a un soldado y creí que no volvería
a sentir tanto placer con una hembra como con aquel jovencito —sonrió con
dulzura esperando una respuesta—. ¿Quieres ser mi amante, cariño? Tu esposo fue
quien me presentó al muchacho, no deberías tomármelo en cuenta…
—Bueno —contestó
mientras volvía a ponerse las bragas—. La verdad es que ahora que se me ha
pasado el enfado, he de reconocer que follas muy bien…
—Lo negociamos a nuestro
regreso a Berlín, ¿te parece? —Le encendió otro cigarrillo—. Ahora debemos
salir de esta habitación antes de que a todos estos mierdas se les pase el
efecto de las drogas y el alcohol… ¡Menuda orgía que han disfrutado los hijos
de puta! Nadie debe enterarse de lo nuestro ni de mis historias con otros
soldados…
—Me apetece otro café
negro —pidió más atenciones.
—Entonces ¿te gustaría
ser mi amiga, mi cielito? —Insistió mientras consentía su petición—. Estoy
dispuesto a aceptar tus condiciones y ser discreto. Serás la única, además de
mi esposa y algún muchacho que otro.
Aquella taza de café
comenzó a provocar en Eva una sensación de interés hacia lo desconocido. Las
maravillosas embestidas de su amante abrían su mundo a otro de morbo y encantos
prohibidos. El general comenzó a liar otro cigarrillo sobre la mesa del
dormitorio. Eva recapacitó y se sirvió ella misma otro café negro. Sonrió. Él
la sonrió. Sus bocas reclamaron un nuevo beso que selló una complicidad eterna:
—Cuando ganemos la
guerra —expuso al atractivo hombre—, le pediré a mi marido que rescate al
Titanic del fondo del mar y lo restaure para que tú y yo viajemos alrededor del
mundo con la bandera nazi…
—Te compraré un pastor
alemán para que te cuide cuando esté castigando a los traidores del Fürther. —Abrió la puerta de la
habitación para regresar al mundo real—. Te compraré un cortijo en España y una
mansión en Brasil… ¡Follaremos sin parar!
—Llamaré al perro
Cerbero…
—Llámalo como te salga
del coño… —sonrió intentando ganarse su confianza con expresiones de dudoso
gusto.
Abandonaron la
habitación con discreción a pesar de que nadie estaba en su sano juicio tras la
fiesta nocturna. Decidieron salir al exterior bajando las escaleras donde, en
cada planta, cerraban los ojos y vestían sus labios con el mismo deseo carnal
indiferente al sabor del café y el humo del tabaco. Aquella entrega fugaz
supuso carburante para sus particulares descensos al infierno que se vivía en la
realidad de aquellos años 40. De repente, como una figura fantasmal, la imagen
de un peligroso dogo argentino metálico, se les apareció en la tercera planta
cual espíritu maligno:
—¡Vaya gustazo que os
habéis metido, sinvergüenzas! —les habló el perro.
—¡Atrás, Satán! —exclamó el general nazi—. ¿De dónde demonios has salido, malvada criatura?
—¡Vosotros me habéis
traído al futuro! —Contestó el extraño animal—. Me llamo Cerbero y mi dueña es
la señora Hudson. Viajo a través del mundo gracias a la tecnología de mi época…
Decidme, ¿para qué me habéis invocado?
—¡Queremos que te
vayas! —respondió la aterrorizada mujer.
—¡Guau, guau, guau! —Ladró
furioso el pastor alemán de ojos rojos—. Vuestros libros no terminarán con la guerra,
pero gracias a vuestras muertes, sus páginas alimentarán nuevas mentes e
incluso las cambiarán hasta conseguir un mundo mejor…
—¡Alemania es el
futuro! —voceó el general sin importarle causar escándalo—. ¡No permitiremos
que los judíos cananeos conviertan el mundo en un bastión comunista gobernado
por malignos satánicos!
—Ni lo creas —negó el
perro de la señora Hudson—. A Eva la van a matar los rusos después de violarla
como a su marido en 1945 y a ti, en el año 1960, te asesinará un gay brasileño
por serle infiel con un jovencito… ¡Y vaya si va a cambiar el mundo!
—¡Tonterías! —Se mostró
desesperada Eva—. ¡Seguro que eres un invento de los ingleses! ¡Aplastaremos
Londres con nuestra aviación! ¡Te vas a enterar, chucho conspirador! ¡Cuando
llegue a Berlín le contaré a mi marido el susto que me has dado y tus amenazas
desde el más allá! ¡El Fürther es brujo, que lo sepas! ¡Invocará mil arcángeles
contra ti!
—Lo que digas, guapa. —El animal comenzó a desaparecer—. Me regreso al año 2300 que hace diez
que ha terminado la Tercera Guerra Mundial y los supervivientes están creando
una nueva sociedad con palos y piedras…
—¡Vete, animal de
hojalata! —Increpó el alto mando impresionado por la visión—. ¡No vuelvas más!
¡Acabarás siendo un recipiente de alubias!
El diálogo de aquel
momento plasmó en sus vidas un ejemplo tangible del terror que se podía causar
en el planeta bajo los efectos de las drogas, el alcohol y la cafeína. Aquella
imagen espontánea ante sus ojos, aquel perro desapareciendo hacia la nada desde
la nada, representó la manera más idiota de acariciar los sueños con símbolos
tratados con obsesión hitchcockiana,
todavía desconocida por sus esquizofrenias imperialistas. La estética
minimalista de aquel momento, el encuadre del animal plasmado ante sus miradas,
las risas de Cerbero reemplazado por un destello en sus pupilas… No les
quedaron palabras para clasificar aquella inverosímil escena. Prometieron no
mencionar la experiencia sobrenatural a nadie en el Tercer Reich. La sacudida
de adrenalina sentimental se transformó, desde Suiza con terror, debido a
aquella conversación, en el motivo que rompió con todos sus planes. La pareja
continuó bajando las escaleras en silencio. Aquella puta enamorada desapareció
en el horizonte junto a su chófer conduciendo un flamante Rolls Royce de la
época. Su amante hizo lo propio en una motocicleta cedida por la policía suiza
a merced de la paz. Fastos nefastos para los mayores asesinos en masa hasta la
llegada del blasfemo, cobarde y vomitivo Estado Islámico.
Publicado
por Editorial Círculo Rojo para La Revista Diversa.
ISBN:
978-84-9115-022-0
DEPÓSITO
LEGAL: AL 592-2015
Fotografía
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