RUTA DIVERSA POR FRANCIS UGAZ: Hasta luego, mi pueblerina viajera


Por Francis Ugaz (Desde Lima, Perú)

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Domingo, 4 de abril del 2021

Cuarta noche sin dormir y sin ingerir alimento alguno, solo el suero te mantenía aquí. Llegué un poco tarde, me había quedado dormido. Te estaban cuidando como siempre, salía uno, entraba otro. Suero, medicamento para el dolor, nunca llegaste a pedir morfina. 

Seguías consciente. Nos mirabas, comentabas cualquier conversación, limitando tus respuestas, pero estabas ahí. 

A las 10 am, llegó uno de tus curitas favoritos, al que apoyabas en todo en la parroquia de Santa Cruz, nuestra tierra. Mi tía Liz lo había llamado. Te daría los santos óleos, yo no sabía que mi tía había visto en ti, la muerte próxima, tu nariz se lo había reflejado en términos religiosos. Me puse detrás tuyo para sostenerte, me senté con fuerza y pusiste tu espalda en mi pecho. Coloqué mi cabeza en tu cuello. Mi sorpresa fue que, cuando el cura te puso el aceite, vi atento cómo te formaba la cruz en la frente, acto seguido, hizo lo mismo conmigo y sentí una extrañeza indescriptible. Luego llegaron dos monjas vestidas con hábitos blancos, confiabas mucho en ellas al parecer. Te recitaron muchas palabras y oraciones, escuchaste sin abrir los ojos. Luego, pediste soya y café, que para nuestra sorpresa, los tomaste completos y saboreando. Mi tía contó que habías pedido caminar en la mañana, llamaron a tu hijo menor, mi tío Renán y te asistió desde el comedor hasta la sala, despacito, a tu ritmo. 

Era la primera vez que yo experimentaba la muerte, tan cerca, con un ser tan amado, pero eso no me atemorizaba. No tenía pánico, conservaba mi calma para ti. Yo quería, con todo mi corazón, que descansaras de esta tortura, que aguantaste callada, sin quejarte. Parecías un bebé. Un bebé llora, grita y patalea, tú te mordiste la lengua los 4 días. Tú decidiste no expresar. Eras una roca llena de fortaleza.

De pronto, fui a almorzar. Le pedí a Dios y a mi tía Marleny, tu hija mayor, fallecida hace más de 30 años, que no permitieran que sigas así, dejé mi egoísmo, de aferrarme a tu presencia, prefiriendo tu descanso eterno. 

Volví a tu lado cuando pude. Casi a las 3 de la tarde, ese domingo de resurrección, que se celebraba con fuegos artificiales afuera, pediste que te sentáramos. Mi hermano Ray, que era tu fortachón favorito, tomó tu espalda y la apoyó contra él, yo me puse en cuclillas y tomé tu mano derecha, mi madre que apareció en la escena, tomó tu mano izquierda y le pediste a mi prima Nena que te masajeara las pantorrillas. Tus manos estaban frías y dijiste que estabas incómoda porque no podías vomitar más. Pediste estar recta al principio, al rato, pediste que te inclináramos un poco. Lo hicimos despacio. Recuerdo que movías la cabeza de un lado a otro.

De pronto, viste algo frente a ti y abriste los ojos como nunca los había visto. Tu rostro estupefacto observaba, Dios sabe qué. Al mismo tiempo, se había acercado a la puerta, la perrita que nos habían encargado, que, al ver lo que tú veías, ladró espantada y corrió a esconderse bajo una banca de madera que tienes en el patio. Susurraste dos veces “Liz”, muy despacio y observé tu último suspiro. Te recogieron mamita, estoy seguro. No sé si vino un ángel o tu familia, pero vinieron por ti. Y tú estuviste consciente hasta el último segundo. Dejaste tu cuerpo y éste se desplomó como una florecita que había cumplido su propósito de iluminar este eterno jardín.

Te puse sobre mí, te pusiste suave como los pétalos de una rosa y empecé a expresarme sin dudar, “Ve hacia la luz, no te quedes aquí. Descansa por la eternidad mamita hermosa, descansa al fin”. 

Todos habían escuchado el llamado de mi prima Karina, que había ingresado de casualidad y había presenciado la escena, avisando a mi tía Liz, a la cual llamaste a la hora de partir. Todos te rodeaban, y en vez de llorar, empezamos a rezar con fuerza por tu descanso, entonamos muy serenos el Padre Nuestro, cantamos para ti y rompimos a llorar. 

Pero sabes, yo no puedo llorar más. 

Cómo podría llorar, si me elegiste para acompañarte en el momento de tu partida, tal cual habías hecho conmigo al nacer, cuando me recogiste en tus brazos, cuando vine a este mundo en tu casa, en el cuarto continuo al tuyo. 

Cómo podría llorar, si me acompañaste 29 años y fuiste mi ejemplo más perfecto, no puedo ser más parecido a nadie. No olvidaré que estuviste para mí en los peores y mejores momentos de mi vida, me acompañaste digna. Me enseñaste a aventurar por el mundo, sin miedo a lo nuevo.

Cómo podría llorar, si después de velarte dos días en la casa, cuando debíamos llevarte por última vez a la iglesia y a enterrarte al lado de tu amada hija, salí corriendo a acomodar tus arreglos florales para llevarlos y te posaste sobre mí, en forma de mariposa negra, con pequeños pigmentos naranjas y amarillos. Cuando estuve a punto de espantarte con mis manos, sin entender aún lo que significaba, sentí tu presencia, despidiéndose. Lo mismo hiciste con 3 primas más, en diferentes escenarios, las cuales necesitaban de una señal, por el dolor que sentían.

Cómo podría llorar, si el reloj de la sala había marcado la hora de tu muerte días atrás, estancando las manecillas a las 3:06.  

Cómo podría llorar tu muerte, si gocé tu vida hasta el último segundo. 

Gracias por existir. Espero el día que me toque partir, para verte de nuevo Mami Chabu. 

Descansa en paz por la eternidad.

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