Colección Arco Iris: Las brujas by Juan Carlos Herranz


El talento de Juan Carlos Herranz queda ratificado con esta última entrega digital titulada Las Brujas, de su poderosa Colección Arco Iris, edición limitada tan solo aquí en Canal Diversa.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria. Gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él y grita diciendo: Éste es de quien dije. El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. (Juan 1, 1-18)

El conocimiento prohibido a través de los siglos ha causado un daño irreparable al propio conocimiento del ser humano, perfecta creación de Dios quien, creó nuestra raza a su imagen y semejanza con la esperanza de liberarnos de nuestros pecados más recónditos, más oscuros, más perversos. A través de actos cristianos liderados por demonios encarnados que, desde los anales de nuestra historia, han sabido refugiarse incluso en los muros de nuestras iglesias para no ser descubiertos; millones de buenas personas, verdaderos hijos de la Luz, vienen sufriendo una implacable, poderosa y maligna persecución para evitar lo inevitable, para impedir que la verdad salga a la luz y reconduzca nuestras vidas hacia la vida eterna, hacia la paz espiritual prometida. Desvergonzados, descarados, procaces gobernantes que invocando siempre al demonio, han sabido trazar un camino destructivo para la humanidad, un falso homenaje externo de amor y respeto que vienen confundiendo durante siglos a la buena oveja. Lobos que llegan tributando con falsas palabras, con aparente generosidad a Dios, a la Virgen, a los Ángeles, a los Santos, a los Egguns; mediante una misericordia tan falsa como Judas.

Mentiras de la era cristiana, judía o musulmana que pasará una factura global anunciada con cultura verdadera de amor verdadero. Una cultura de estilo que, dotándose de las calidades provenientes del propio conocimiento que censuró, la sociedad del saber sumergió al mundo en una oscuridad que ha llegado a nuestros días. Desde las Universidades hasta los campos labrados por un pueblo analfabeto en demasía, el pensamiento se ha visto forzado a seguir una senda iniciada en tiempos anteriores al Concilio de Nicea (20 de mayo del año 325 d.C.) que, ya inmerso en la nefasta Edad Media, supo enraizarse a través de la persecución de brujas, hechiceros, nigromantes, astrólogos, adivinos o curanderos; en definitiva, médicos, inventores, profesores, filósofos, reformistas o escritores que perjudicaban los puntos de vista impuestos a la sociedad por los amantes de los íncubos o súcubos. De este modo, la letanía de reyes, príncipes, obispos, superiores, sacerdotes, caballeros, religiosos y gentes de rancio abolengo al servicio de Satán, vienen desatando el mayor genocidio conocido por nuestra civilización y que, como capítulos de las obras quemadas en injustas hogueras, vienen pasando ante nuestra mirada en silencio, desafiante, atreviéndose a vaticinar un futuro prometedor de justicia, calma y bondad. Más mentiras inútiles ante la llegada del Señor.

Los primeros libros de la humanidad, elaborados en la región mesopotámica de Súmer, fueron aniquilados hace unos 5.330 años. Esto quiere decir que fueron destruidos desde el primer momento de su creación, es decir, que pronto el pecado llegó a formar parte de la vida humana ofrecido por ángeles caídos que, sin misericordia, bien merecido tiene nuestro desprecio hacia ellos. Las bibliotecas de Alejandría, Pérgamo, Alemania, Yugoslavia, Irak, Afganistán o Siria han sido destruidas para mantener en nuestro presente, en forma velada y extrema, el odio y el rechazo al Padre que el amante de lo material y superficial siente hacia el único Creador y salvador de nuestras almas. Cobarde y podrido, el espíritu del mal pretende mantenerse firme ante la gente humilde a través de un amplio abanico de posibilidades que siempre han determinado su ruina y la de sus seguidores. Nada turba, nada temen los hijos de la Luz porque siempre han sabido que la paciencia todo lo alcanza, aún a cuenta de sus propios sacrificios y vidas. En pleno siglo XXI Satán sigue siendo Satán. Un cero a la izquierda que volverá a ser juzgado, ridiculizado y vilipendiado por su ambición y soberbia, acompañado por sus estúpidos adoradores. El lector o lectora se preguntará acerca de la relación entre la caza del creyente y la quema de libros. La respuesta resulta sencilla. La sabiduría se ha transmitido en nuestra civilización de mano en mano, de imprenta a imprenta, de siglo a siglo a través de las lecturas prohibidas como el Libro de Thot, Las Clavículas de Salomón, Los Evangelios Apócrifos (Matías, Santiago el Menor, Pedro, Juan y Tomás), El Manuscrito Voynich, la Esteganografía, Los Rollos de Qumrán, Los Versos Satánicos (Salman Rushdie), Gomorra (Roberto Saviano), El Código Da Vinci (Dan Brown) o hasta la obra infantil Harry Potter (J. K. Rowling) cuya lectura ha sido prohibida en innumerables colegios de Estados Unidos. 

Por suerte podemos contar hoy en día con joyas literarias que desvelan al estudioso claras señas hacia el camino correcto que debe tomar el ser humano, mediante segundas lecturas o códigos secretos, a salvo de las garras de la infamia. El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha, colosal obra de Miguel de Cervantes, a punto estuvo de ser destruida por el Santo Oficio. Cervantes solía escribir sus obras iluminado con la quema de libros que los enemigos del profundo saber en ciencias, letras o artes propiciaban en el momento más inesperado. Y por fortuna para Rushdie, Saviano, Brown o Rowling, aunque en la Edad Media los autores eran quemados, en la actualidad los hijos de la oscuridad se contentan con mandar al infierno sus obras que, por cierto, aparte de no lograr sus propósitos, llaman la atención de nuestra sociedad hasta el punto de multiplicar por mil sus ventas. Demasiada modernidad para el ingenuo cornudo de patas de cabra. Sin embargo, el pérfido ser —mitad cabra, mitad cabrón—, se merece gozar de tan escabrosa reputación, pues a través de su ejército de almas negras no sólo ha destruido millones de libros de forma global para evitar que la verdad salga a la Luz, sino que casi logra manipular la auténtica esencia de la Palabra de Dios para extender su poder sobre la faz de la Tierra. Basta con tener en cuenta —como ejemplo de los múltiples y fallidos intentos del demonio por confundir al humano— la oración que el emperador Constantino y todos los obispos que le apoyaban tras la partición del Imperio Romano. El primer mandatario que abrazó el cristianismo, recuperando la palabra del Señor en Palestina para sus propios intereses y considerándola una religión muerta desde hacía mucho tiempo, incorporó gran parte del entramado burocrático de la Antigua Roma al orden interno de la Iglesia. Hasta nuestros días, aquel acto de manipulación, poder, riqueza y férrea jerarquía, continúa estando contra las enseñanzas de Jesús. La soberbia Constantinopla sentenció, como el verdadero y único Credo cristiano, aquel que a continuación se detalla y cuyas últimas frases parecen dictadas con sorna:

Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, Hacedor del cielo y la tierra, y de todo lo visible e invisible. Creemos en el Señor Jesucristo, Hijo de Dios, Engendrado como el unigénito del Padre; Dios de Dios; Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero; Engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; Mediante el cual todas las cosas fueron hechas; Tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; Quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, Se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, Y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, Y que antes de ser engendrado no existía, Y que fue hecho de las cosas que no son, O que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, O que es mutable y variable, A éstos anatematiza la Iglesia católica.

Esta abominable oración permitió que miles de inocentes herejes fuesen anatematizados —con la Iglesia de San Pedro como el mejor instrumento del averno al servicio de la maldad—, por incumplir los deseos establecidos por Constantino en contra de la palabra de Jesucristo. Cualquier otro Credo terminó destruido en un infierno aclamado por manipuladores que disfrutaban, con pasión y amor por el lujo, de los bienes materiales y, en cualquier caso, pasajeros en sus asquerosas vidas —por aquello de que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista—. Al otro lado del continente europeo, la caída del Imperio Romano de Occidente permitió la llegada de la más execrable y oscura época vivida por la civilización.

En fecha anterior a la publicación de Les Prophéties en las que el médico provenzal Michel de Notrê-Dame, más conocido como Nostradamus, anunciase las dos Guerras Mundiales, la Edad Media arrasó Europa matando cualquier posibilidad de esperanza y propagación para la Verdad Celestial. Clemente de Alejandría supo reflejar el Evangelio de Felipe en el proverbio II de su obra Stromata —fechada en el año 190 d.C. — advirtiendo a la humanidad que no se dejase llevar por las fechorías de las que sus miradas fuesen testigos. No en vano, el ser humano siempre ha debido valorar con el corazón, no con los ojos, las bendiciones recibidas por el Padre Supremo para llegar hasta Él. Sólo de este modo la oscuridad se rinde ante la Luz Verdadera:

El que busca no debe dejar de buscar hasta que encuentre. Y cuando encuentre se estremecerá, y después de estremecerse se llenará de admiración y reinará sobre el universo.

En tiempos de grandes supersticiones sembradas por los sectores más radicales de la propia Iglesia —sin dejar a un lado infernales carencias de todo tipo—, donde la hambruna y la supervivencia dejaron a un lado la búsqueda de Dios Verdadero y la paz espiritual, el pueblo fue presa fácil en una lucha encarnizada por alcanzar el mayor grado de poder material y que hoy en día se acumula en los sótanos de millones de templos alrededor del mundo. Tan oscuro fue el periodo que abarcó la Edad Media que hasta el simple hecho de descubrir una medicina natural o anunciar milagros fue considerado motivo para morir asesinado —por las almas perdidas de siempre— sin el menor escrúpulo. El Medievo o Medioevo se sitúa en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente —Partición Imperial de Teodosio—  y su fin entre el año 1492, con el descubrimiento de América, y 1493 con la caída del Imperio bizantino. Desde el siglo V hasta el XV la vida humana se redujo a mera inmundicia en manos de las almas maquiavélicas que, engalanadas con oro y versando libros sagrados manchados de sangre y manipulados hasta límites indecentes, brindaban y reían escondiéndose del sol para evitar que el pecado entrase en sus cuerpos. El día 22 de abril de 1451 nació en Madrigal de las Altas Torres el preludio de la llegada del anticristo a la Tierra. La reina Isabel I de Castilla, conocida por el apodo Isabel la Católica, transformó en cuestiones de Estado cualquier fenómeno alejado a sus creencias. Esta perversa dama de alto standing, con corona incluida, inició una horrible e injusta caza de brujas que alcanzó su mayor apogeo con su llegada al trono de Castilla. Isabel veía fantasmas, brujas y demonios por doquier, excepto, como siempre ocurre con este tipo de despojo humano, en sus propios ojos. Comenzó a modernizar la Inquisición medieval, conocida en la península como Santo Oficio, llegando hasta nuestros días los horrores de su reinado.

Isabel I de Castilla: ¡Oh, Dios mío! Pero ¿qué coño he hecho yo para merecer esta mierda de burla popular? ¿Acaso el pueblo no ve con buenos ojos mi doctrina? ¿Acaso el pueblo no se da cuenta de que Dios me envía las señales para que el demonio no se apodere de sus almas? ¡Campesinos de mierda!

Juana la Loca: ¿Qué le ocurre, Majestad? (La princesa del pueblo acude apresurada al trono ante los lamentos de su señora)

Isabel I de Castilla: (Exclamando con gran pesar) ¡Oh, Juanita, hija mía! ¡Qué injusta se comporta la vida conmigo con lo buena que soy! ¡Tantos millones de personas en el mundo y no me cae bien ninguna! ¡Las odio a todas! ¡Dios me dicta que acabe con ellas pero no sé qué cojones hacer sin tener apenas dinero!

Juana la Loca: ¡Majestad, si Dios se lo dicta acabe con todo el mundo! ¡No deje títere con cabeza! ¡Ya sabe que yo por usted mato! ¡Lo que es, es! ¡Las brujas son despiadadas, los demonios rojos y el pueblo de “Podemos”!

Isabel I de Castilla: (Inquieta por la manera en que se ha expresado su hija) Hija mía, no vaticines con tanta sabiduría que al final voy a tener que ajusticiarte por ser una bruja del pueblo. Eso de “lo que es, es” me ha sonado fatal. ¿No te dedicarás ahora a echar las cartas, verdad?

Juana la Loca: Majestad, le pido disculpas por tal equívoco. (Retractándose de sus palabras a sabiendas del mal carácter materno) Me refería a que si Dios le dicta que mate al mundo, pues Él le dará otra señal para actuar…

Isabel I de Castilla: ¿Cómo? (Se levanta del trono indignada por el nuevo desafío de su hija al predecir el futuro) ¿Cómo te atreves a vaticinar lo que nuestro Señor va a dictarme! ¡Imbécil! ¿Olvidas quién soy? ¡No vaticines el futuro, joder!

Juana la Loca: (Agachando la cabeza ante el nuevo agravio cometido) Vamos, digo yo…

Isabel I de Castilla: (Enojada) ¡Será mejor que te retires! ¡Dios me ha dicho que primero tengo que envenenar a Fernando y después descubrir un nuevo continente! ¡Imagínate! ¡Tan incomprensible todo! ¡Oh, Dios mío! Pero ¿qué coño he hecho yo para merecer esta mierda de burla popular? ¡Ahora tengo que invertir media fortuna para sacar el dinero suficiente que necesitamos la gente de bien en la lucha contra todo el mundo! ¡Odio a todo el mundo! ¡Voy a crear un Santo Oficio que me ayude a asesinar vilmente al prójimo! ¡Lo tengo decidido!

Juana la Loca: ¡Majestad! ¿Cómo va a cargarse a padre? ¡Va a cambiar el curso de la historia con ese comportamiento!

Isabel I de Castilla: ¡La madre que te parió, a la mierda! (Señala la puerta de la estancia a la princesa) ¡Vete a darte un baño de leche de burra como los que se daba Cleopatra y piérdete siete meses antes de que se me acabe la paciencia! ¡No vaticines el futuro, hostias! ¡Estás como un cencerro!

Juana la Loca: ¡Sí, Majestad; lo que usted mande, Majestad! (Sale despavorida de la sala para evitar acabar en la hoguera como el resto de los súbditos, murmurando entre dientes) ¡Qué sádica es la hija puta!

La arcaica institución satánica siguió los designios marcados por Roma, centrados en el acoso y derribo de albigenses, husitas y cualquier otra señal religiosa non grata. Sin embargo, Isabel hizo resurgir la Santa Inquisición como un arma mortífera en contra del desarrollo, del reformismo y, sobre todo, de los nuevos pensamientos y el maligno invento de Gutenberg: la imprenta. Blasfema y con más tentáculos que un pulpo, la reina de Castilla se apoyó en el sádico general Tomás de Torquemada para evitar cualquier evolución en la sociedad que generase el descubrimiento de la verdad que hasta entonces se había escondido tras mentiras y maldades de toda índole. Pero si algo diferenció a Isabel La Católica de otros inquisidores fue su gran sadismo. La reina castellana inauguró más Tribunales del Santo Oficio o Nueva Inquisición en Castilla que tiendas en el mundo el actual y respetuoso Grupo Inditex. Tales agravios se cometieron contra el pueblo desde estos patíbulos de la muerte que llegaron a actuar de manera independiente frente a la Inquisición Romana. Vamos, que si Isabel tenía un mal día y mostraba por la ventana su dedo índice hacia abajo no quedaba vivo ni el apuntador.

Isabel I de Castilla: (Anuncia su decisión) ¡Juanita, hija mía! ¡Voy a quemar a todas tus compañeras de “corte y confección” por brujas!

Juana la Loca: (Horrorizada) ¡Majestad! ¿Por brujas? ¡Me va a dejar usted sin amigas! ¡Ya me pica hasta el coño, madre mía! ¡La semana pasada ordenó quemar a mi novio por guiñarme un ojo!

Isabel I de Castilla: ¡Atrás, perra del infierno! ¿Cómo osas utilizar tan vulgar expresión en mi presencia? (Responde justificando su orden) Lo de tu novio no debiera extrañarte. Ese guiño que te hizo es la señal del demonio. Tuve que protegerte. Ahora ¡vete a darte otro baño de leche de burra y piérdete otros siete meses antes de que se me acabe la paciencia¡ ¡No vaticines el futuro y no oses volver a contradecir mis deseos! ¡Como una cabra está la zorra de mi hija!

Juana la Loca: ¡Sí, Majestad; lo que usted mande, Majestad! (De nuevo sale despavorida de la sala para evitar acabar en la hoguera como el resto de sus compañeras de escuela) ¡Qué sádica es la hija puta! (Susurra entre dientes) ¡Que se muera, que se muera pronto o deja el país vacío!

El poder, como siempre, reinventando la Historia Universal, —contra los demonios y las patrañas que nos han querido hacer creer durante siglos— en nombre de Dios… ¡Manda huevos!... Así pues, mientras media Europa caía rendida ante los escritos de reformistas como el monje alemán Martín Lutero —ni el bueno ha sido siempre bueno, ni el malo ha sido siempre malo—, Castilla manchaba de sangre sus campos con horrendos asesinatos autorizados por criminales, en apariencia castos y puros, que juzgaban a miles de inocentes, incluidos hombres y mujeres de bien adelantados a su tiempo, sin temer ser juzgados en el averno tras su condenación a las tinieblas. En cualquier caso, todo pensamiento plasmado en estas páginas dirige sus intenciones en concienciar a lectores y lectoras de lo que ha supuesto en nuestras vidas estas actuaciones tan difíciles de digerir hasta para los propios hijos de la demonología. El autor podría expandir este salvaje texto describiendo relatos en torno a las bulas papales tipo Licet ab Initio —escrito e instaurado de manera sorprendente por Pablo III, quizá cuando estaba haciendo de vientre—, el Index Librorum Prohibitorum o los falsos Grimoire, que durante tanto tiempo azotaron a los débiles con maldad y alevosía. Prefiere dirigirse a sus lectores y lanzar una pregunta al aire: ¿Nos damos cuenta de que en pleno siglo XXI no hemos aprendido nada? ¿Por qué seguimos ignorando tanto conocimiento? ¿Pensamos que tantos errores y genocidios en nombre de Dios son agua pasada? ¿Nos gusta acomodarnos a la realidad viviendo de espaldas a esa misma realidad? Por ejemplo, usted, lectora, mujer honorable y digna de una Igualdad de Género que durante siglos le ha sido negada, ¿encuentra relación en lo que el autor ha escrito y la cultura machista, desproporcionada e injusta que le rodea? ¿Sí, no? Yo le contesto: Afirmativo. Los errores del pasado están junto a nosotros, aquí, contigo y conmigo. Con nuestros semejantes.

El ser humano no ha aprendido nada. Desconoce el verdadero valor de la verdad, la justicia, la paz, el respeto… Y si lo conoce ¿para qué leer un libro o acudir a una manifestación? Total, no vamos a cambiar nada… ¡Qué fácil resulta desentenderse de todo! ¡Qué pronto olvida el pueblo su sufrimiento! Los tiempos pasados no volverán porque nunca han dejado de existir. Viven dentro de nosotros, los demonios son voces internas que pretenden confundirnos, que muestran su lado más perverso con acciones en apariencia bondadosas —que para eso son lobos disfrazados de ovejas—, con desastres que el pueblo paga cuando más tranquilo se halla descansado en su sofá y disfrutando de algún programa tonto de televisión. Se hace necesaria una revisión social e histórica para evitar el precipicio al que ya se asoma la humanidad en 2014. Volviendo a Isabel I de Castilla y su refinada ferocidad —figura elegida entre cientos para justificar la carestía actual de lucha por los Derechos Humanos— se muestra al lector y lectora un claro ejemplo de las nefastas repercusiones que han tenido actos aquí descritos. Si bien el Santo Oficio estuvo más ligado a la persecución política utilizando como manifiesta arma la religión —hecho que describe a la perfección lo que está pasando en nuestro siglo—, no perdió tiempo en bondades, dedicando gran parte de sus desagradables torturas a destruir la imagen pública de la mujer. Machismo y crímenes contra la humanidad unidos ¿verdad? Tal era la obsesión del Poder por borrar de La Tierra cualquier rastro de la Luz Verdadera que, en su afán por no dejar piedra sobre piedra, persiguió a nuestras abuelas, madres, hermanas e hijas proclamándolas brujas. Una cosa era el pueblo y otra la riqueza. Nunca se ha visto con los mismos ojos a una pobre ancianita —otrora quemada por bruja y en la actualidad abandonada en el geriátrico o en la miseria— que a una reina como Isabel, autoproclamada faraona, que pareciera tomase café con leche junto a Dios. Así se ve el mundo desde que es mundo. 


En aquellos oscuros tiempos, el pueblo formaba parte de las hogueras de los hombres y mujeres. No de cualquier hombre o mujer… La riqueza, la mentira y el amor por lo demoníaco siempre ha marcado su estilo y un pobre desgraciado —agricultor, escritor o inventor— es leña al mono que es de goma, hasta que sea evitado de una vez por todas con la unión de las voces populares, que no incultas o imbéciles. En cualquier caso, gente de bien que sí escucha la voz de nuestro Padre. La reina castellana también consideró a la mujer un enemigo mortal de Dios y sus voluntades. Europa era una olla macabra donde se reescribían funestos textos que justificaban las matanzas a las que se veían sometidas las almas inocentes. El nombre de uno de ellos haría resucitar a un muerto: Hexenhammer. La obra está firmada por los inquisidores dominicos Heinrich Krämer y Jacob Sprenger. Esta maléfica obra se escribió tras la publicación titulada Summis Desiderantes Affectibus, conocida también como Bula Bruja, firmada en el siglo VIII por el papa Inocencio III. La maldad del libro Hexenhammer resiste el paso del tiempo como falso canto de guerra al infierno. La mujer pobre no tenía Derechos ni en la tierra ni en el cielo. Este texto inspiró a La Católica y muchos otros a la hora de aplicar su justicia:

… Tres vicios generales parecen tener un especial dominio sobre las mujeres malas, a saber, la infidelidad, la ambición y la lujuria. Por lo tanto, se inclinan más que otras a la brujería, las que más que otras, se entregan a estos vicios. Por lo demás, ya que de los tres vicios el último es el que predomina, siendo las mujeres insaciables, se sigue que entre las mujeres ambiciosas resultan más profundamente infectadas quienes tienen un temperamento más ardoroso para satisfacer sus repugnantes apetitos; y esas son las adúlteras, las fornicadoras y las concubinas del Grande. Ahora bien, como se dice en la Bula Bruja,-más cercana a Satanás o al perro de tres cabezas guardián del averno- existen siete métodos por medio de los cuales infectan de brujería el acto venéreo y la concepción del útero. Primero, llevando la mente de los hombres a una pasión desenfrenada; segundo, obstruyendo su fuerza de gestación; tercero, eliminando los miembros destinados a ese acto; cuarto, convirtiendo a los hombres en animales por medio de sus artes mágicas; quinto, destruyendo la fuerza de gestación de las mujeres; sexto, provocando el aborto; séptimo, ofreciendo a los niños a los demonios aparte de otros animales y frutos de la tierra. Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal. Esta es la peor clase de brujas que hay ya que persigue causarles a sus semejantes daños inconmensurables. Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provoca la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante explicaremos, por especial permisión de Dios. Pueden también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los padres, sin que nadie lo note; pueden tomar de pronto espantadizo al caballo bajo la silla; pueden emprender vuelos; bien corporalmente, bien en contrafigura, y así trasladarse de un lugar a otro. Saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás…

Si bien es cierto que este tipo de textos, llegados a Castilla desde Europa, fueron considerados de absurda credulidad por nuestros monarcas, cualquier razón o libro servía para sentenciar a una mujer honrada: el Hexenhammer, la Summis Desiderantes Affectibus. Ser una mujer bella, inteligente o con objeciones ante lo establecido, en este caso por Isabel I de Castilla, bastaba para que desde la hoguera saltase chispas. Todo por el bien del cristianismo y las buenas costumbres. Curioso, ¿verdad? Ya entonces la mujer pobre no tenía Derechos ni en la tierra ni en el cielo. La igualdad de género pasaba por el filtro de quienes decidían quienes debían sobrevivir o fenecer a las valerosas y estúpidas leyes impuestas sin causar alboroto alguno, aniquilando su memoria en una guerra intestina, doméstica, absurda, injusta, manchada de sangre.

Juana la Loca: (Comenta con tacto) Majestad, no he podido comprarme castañas asadas porque ayer ordenó quemar a la abuelita que las preparaba. Me he tomado un porro a ver si me centro…

Isabel I de Castilla: (Responde mientras el servicio le hacía la manicura) ¡Eso le pasó por jugar con fuego! ¡Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de sangre azul! ¿De qué te quejas tú si antes que darme un nieto prefieres darte golpes en la cabeza contra la pared del Castillo de La Mota? ¡Con razón el pueblo grita al verte pasear con la cabeza ensangrentada como un muerto viviente! ¡Al final te quemo viva!

Juana la Loca: (Contesta con media sonrisa) Disculpe por mis palabras, Majestad. Me retiro a mis aposentos, Majestad. (Murmura por lo bajini) Ay que ver la hija puta esta, no cambia y encima le están pintando las uñas a la francesa. ¡Patriótica de mierda! ¡Me vuelve loca! ¡Como para ir a mear y no echar gota! ¡Me voy a fumar otro porro de esos que han traído del Nuevo Mundo!

Grimorios (1) y tratados asesinos fueron manipulados, en nombre de Dios, para evitar el desorden más allá de la cruenta, enfermiza y decadente Roma. A manos de indecentes cónsules, excelentes magistrados satánicos, valerosas estirpes asesinas que escondieron su salvajismo en los muros de las lúgubres y frías cárceles, el pueblo fue masacrado como teclas de acero de una máquina de escribir inútil. El griterío de las brujas calló para siempre a partir de gloriosos siglos venideros. Llegó el Renacimiento alejando la ruinosa mentalidad que amancilló libertades a millones de inocentes. El tributo de aquella poligrafía contraria a la esencia humana —no vivir en paz— permitió a pocos elevar su inquisitorial mirada sobre las muchas almas que confiaron en la dignidad de sus gobernantes. La lealtad y la honestidad del castigado pueblo sufrieron el furor constante de una planificación viciosa contraria a sus bondades. El mundo no era sino un tablero de ajedrez en el que la iniquidad, la destemplanza, el odio, la temeridad, la razón de la sinrazón y el combate contra cualquier noble pensamiento cautivaron con sus órdenes cada átomo de aire fresco. No merece la pena seguir perdiendo el tiempo en una batalla de ángeles caídos o de brujas inventadas por un egoísmo desacerbado. Los miedos dibujados a través de injustos actos cristianos, se desmoronaron debido a la presión de su propia ambición frente a la escasez de recursos del siempre victorioso hombre de bien o de la eterna bravura de la mujer de fe. Y aunque la Edad Media y el Santo Oficio quedan a años luz del pensamiento actual de la humanidad, lo cierto es que su oscuridad se mantiene haciendo peligrar los cimientos de nuestra actual civilización, queriendo justificar un maltrato genérico alejándolo de la inaceptable enfermedad social que es en verdad. El más fácil de probar y sancionar es el acto de golpear, insultar o despellejar al prójimos. Las almas negras siguen entre nosotros dispuestas a plantear una visión de la vida tan oscura como el carbón. Almas perdidas que conviven entre nosotros insistiendo en poner en práctica, sobre cualquier inocente, su asqueroso pasado heredado de quienes arden hoy en el infierno. Estos demonios, por ejemplo, son responsables de que haya un sector de la población que no entienda que el maltrato es esa enfermedad social injustificable, hasta el punto que la población llega a observar un maltrato sutil; un sector pequeño de monstruos que quieren domesticar a la mujer según grimorios rescatados para hacer el mal. Creen que han nacido varones porque tienen un nombre humano que le da más derechos, pero son monstruos. 

Los rayos de la esperanza están llegando a nuestros corazones. Solamente las personas en cuyos corazones mora Dios pueden sentir la seguridad y la paz eterna. El resto de los mortales caerá en un pozo de temor y ansiedad consumido por las llamas del infierno. Se podría hacer hincapié entre este malévolo pasado descrito y sus consecuencias actuales en personas discapacitadas, hiperactivas, de cultura y piel diversa aunque poco quedaría ya por añadir. A buen entendedor sobran las palabras. Los sentimientos de culpa, terror, irritación, animadversión y todos los impulsos hostiles que genera el diablo en compañía de su preciado can en la puerta del Hades; tienen los días contados mientras el ser humano se aproxima hacia su salvación. Las personas de bien vivimos en un mundo perturbado cuyas horas han comenzado la esperada cuenta atrás hacia la Justicia Divina. Y es que la esperanza sustenta nuestras vidas como bálsamo que precederá a la paz eterna, una vez el alma se desprenda de su propia bruja. Porque eso es la vida, un sendero que se aleja de la fama, la fortuna, el placer, el poder y los perversos crímenes que establecieron nuestros antepasados hasta alcanzar al Maestro del Mundo que da sentido a las más bellas palabras de amor: la paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. A Dios, pues, debemos pedir, rogar y suplicar en estos últimos tiempos de la humanidad. Él nos mostrará las respuestas que esperan nuestras preguntas. Él nos entregará su hermosísima voluntad para que alcancemos una floreciente y poderosa vida después de la muerte carnal. Los vencidos que defendieron tanta poligrafía, tanto grimorio universal a la medida, caerán en un mar de llama eterna hermosísima, floreciente, tan poderosa como para borrar hasta la última ceniza de su maldad. Amén.

Grimorio: (Del fr. grimoire). 1. m. Libro de fórmulas mágicas usado por los antiguos hechiceros. Corrupción del término 
grammaire (cartilla).




Publicado por Editorial Círculo Rojo para La Revista Diversa.

ISBN: 978-84-9115-022-0

DEPÓSITO LEGAL: AL 592-2015

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